Se trata de un lavadero de pila rectangular de cara rugosa de unos 15 metros a ambos lados, con una superficie de unos 120 m2 con una cubierta de otra época más moderna de Hierro y Chapa, y adecuada con bancos después de su restauración para sitio de encuentro y relajación, se encuentra a la orilla de la Rambla de San Indalecio, muy cerca de un pozo en desuso o de alguna acequia cercana.
Vestigio de otros tiempos son los lavaderos públicos. Antiguos y modernos, cubiertos o al aire libre, conservados o restaurados. Son lugares de gran interés etnológico que nos transportan a otra época, en la que estas instalaciones se convertían en elementos socializadores, un espacio donde la cita obligada propiciaba la charla y el intercambio de impresiones sobre las últimas noticias de actualidad. Los lavaderos de los pueblos tal y como los conocemos hoy, fueron construidos en la mitad del siglo XX, en la posguerra. Y es que la ausencia de agua corriente en las casas obligaba a las mujeres a acudir a los lavaderos públicos a hacer la colada. La dura tarea de lavar a mano estaba totalmente feminizada, los lavaderos públicos constituyeron un lugar de encuentro para las mujeres, un espacio de arduo trabajo y de mutua compañía hasta casi finales del siglo XX. Los antiguos lavaderos eran totalmente distintos a los que hoy conocemos. Muchos se abastecen de un pozo anexo. Además, los había que también daban de beber al ganado e incluso era un lugar privilegiado para los árboles que se extendían a los lados y las tierras anexas. La mayoría de ellos, ahora en desuso, se han convertido en interesantes elementos de la ornamentación local y, en ocasiones, también se han transformado en lugares de encuentro de la vida urbana.
