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viernes, 30 de diciembre de 2022

Luis Fajardo de la Cueva

Primogénito de la Casa Fajardo, recibió una esmerada y cuidada educación renacentista. En estas enseñanzas jugó un papel importante su progenitor, quien le inculcó el sentido de la política, participando con éste en distintas acciones de dudoso proceder, como la guerra de las Comunidades. Por esta actitud sería desterrado, junto a su padre, del Sureste, si bien, pocos años después, Carlos V le permitiría, de nuevo, volver a la Corte, al igual que asistir a las campañas militares. Así, en 1525, acompañó al Rey en la toma de Túnez, cuyas acciones bélicas le permitirían demostrar sus dotes castrenses. Recuperado y aumentado su honor, realizaría un buen matrimonio en 1526 con la hermana del Gran Capitán, Leonor de Córdoba y Zúñiga, hija de los III condes de Cabra. Dicho enlace, con uno de los linajes más importantes de la España imperial, le abrió de lleno las puertas al mundo de las relaciones (cortesanas, clientelares,...). A partir de esta fecha, su prestigio iría en alza, ya que en 1532 se encontraba en el reducido contingente español que dirigió personalmente el Emperador en la campaña de Hungría, para liberar Viena del asedio a que la sometían los turcos. En esta acción demostró nuevamente sus dotes de mando.

Con el favor regio totalmente recuperado, su padre consiguió comprarle el 18 de marzo de 1535 un título nobiliario con el nombre de una de sus villas señoriales. A partir de aquí, este personaje ostentaría (hasta la fecha de heredar el mayorazgo familiar) el título de I marqués de Molina. Aunque estaba totalmente integrado en la vida cortesana, sus verdaderos gustos eran los de la guerra, campo en el que se desenvolvía con agudeza. Así, en 1541 asistiría, nuevamente con el Emperador, a la conquista de Argel, acción bélica que, si bien no fue exitosa en su conjunto, en el caso personal se la reconocería el propio enemigo. Fueron precisamente turcos y berberiscos quienes se percataron de su agilidad militar, tanto como para tenerlo retratado en los palacios de la ciudad argelina y de la propia Constantinopla.

El fracaso de la toma de Argel y el peligro de ataques berberiscos a las costas peninsulares fue lo que determinó su regreso a su estado del Sureste, tierra a la que volvió el 22-III-1542 con su padre. Residiendo en Vélez Blanco, en 1544 acompañó a su progenitor a Cartagena para hacer frente a un asalto turco, quedando a cargo de fortificar este puerto. Poco tiempo después, en 1548, fallecía su padre, convirtiéndose en el II marqués de los Vélez y en dueño de un enorme estado a caballo entre los reinos de Granada y Murcia. Como señor continuó la política paterna de aumentar la presión contributiva hacia sus vasallos moriscos, mientras que también defendía sus derechos frente a las intervenciones de la justicia realenga. De igual modo, emprendió (1551-1568) una enorme ampliación del labrantío a costa de roturar el amplio monte, expresado en multitud de concesiones y repartimientos de secanos. Su voracidad fue tal que provocó no pocos roces con sus vasallos, quienes interpusieron una denuncia en la Real Chancillería que en 1559 frenó en parte sus abusos.


Además del marquesado, heredó de su padre los títulos de Adelantado Mayor y Capitán General de Murcia, así como otros cargos menores. En uso de su oficio, en 1550 hizo rostro al intento de asalto de la armada francesa a las costas entre Mojácar y Carboneras. Percatado de la precariedad del sistema defensivo en este sector granadino, al año siguiente discutió frontalmente con el Capitán General de Granada por esta razón, asumiendo y aumentando las viejas diferencias que desde principios de siglo enfrentaban a su linaje con la casa Mondéjar. Aquel año de 1551 también sufrió la conjura del corregidor de Cartagena por el mismo motivo defensivo, adoptando una oposición al intervencionismo de la autoridad real en lo que consideraba sus áreas de influencia y competencia en ambos reinos. Su actitud la plasmaría en las demoras que imprimió en 1553 a la ayuda solicitada por el Rey para la defensa de Melilla, fecha que marca su declive en la Corte a favor del alza de la familia Mendoza. En 1555, con motivo del apresamiento que hizo el marqués de una galeota turca en Terreros Blancos, se iniciaría un nuevo pleito con el Capitán General de Granada que terminaría por abrir una enorme herida personal entre ambos militares.

En la década de 1560, conforme se deterioraba la convivencia con los moriscos, el Marqués buscó todos los medios para favorecer a la minoría en su estado. No exento de un interés económico, logró beneficiar a los cristianos nuevos de los repartimientos de tierras de secano a costa de perjudicar a los cristianos viejos, que llegaron a alzarse contra él en Vélez Blanco (1567). El 8-VI-1568, frente a los insistentes rumores de sublevación, firmó con sus moriscos una concordia que le aseguró mantener su estado libre de alteraciones. La confianza en este pacto le garantizó en la Navidad de aquel año (fecha de levantamiento de Las Alpujarras) poder levantar un ejército para entrar en acción, aún cuando se desguarnecía su estado. El 4-I-1569 inició su campaña, provocando la oposición total del marqués de Mondéjar, que se quejó de ingerencia en su jurisdicción militar. Alegando las atribuciones propias de los adelantados murcianos, Fajardo hizo caso omiso a Mendoza, lanzándose, con un cuerpo de casi 5.000 murcianos, a una guerra en la que buscó ganarse el favor del rey Felipe II.

Realizó tres campañas desiguales contra los moriscos. En la primera (enero-marzo, 1569) pacificó el sector oriental del Reino, obteniendo importantes victorias en las batallas de Huécija (13-I), Felix (19-I) y Ohanes (31-I). La dureza de sus intervenciones llegaron a valerle entre los enemigos el sobrenombre de “diablo cabeza de hierro”, marcialidad que también exigió a sus propios hombres. Así, en el campo de Ohanes sufrió un atentado de su tropa, debido a la disciplina que impuso a los soldados y su oposición a los saqueos y robos, con el ánimo de mantener su ejército estable y permanente. Pese a su rigor, en los meses siguientes su hueste se disolvió en Terque, aunque con el tiempo logró recomponerla. En la segunda campaña alteró el éxito final del nuevo alzamiento alpujarreño, al desplazar su campo hasta Berja, logrando una estruendosa victoria sobre el impresionante ejército dirigido por el propio Abén Humeya (2-VI). Esta estrategia, basada en la línea dura de intervencionismo militar, no la compartía D. Juan de Austria, nuevo Capitán General de Granada.

Tras la derrota del rey morisco, Fajardo tuvo que retroceder y acampar en Adra, puerto donde se hizo cargo de los tercios italianos y aguardaría. Durante su espera los alzados recuperaron el territorio, tiempo de inoperatividad que aprovechó la tropa para volver a desobedecerle. Esta situación provocó en el marqués una irascibilidad poco común, sólo resuelta con constantes exigencias al estado mayor de disparatadas solicitudes de aprovisionamiento. Enfrentado de lleno al estado mayor granadino, su oposición al generalato regio llegó a tal extremo que perdió su credibilidad y fama de buen general. Su tercera campaña es buena muestra de ello, pues se inició el 26- VII, y las batallas de Lucainena (30-VII) y otra victoria sobre Abén Humeya en Válor (3-VIII), decidió salirse de La Alpujarra. Acampado en La Calahorra (13-VIII), volvió a enfrentarse con D. Juan de Austria, enemistad que aumentó tras sus nuevas extravagancias de avituallamiento. La inactividad de la tropa volvería a suscitar la vuelta de conatos de rebeldía, sufriendo el marqués un nuevo atentado. Todos estos factores llevaron a que perdiera el favor del Rey y se optase por sustituirle en el mando, no sin hacerlo con cautela. Así, el 1-XII se le ordenó que se desplazara a Galera y la sometiera a un cerco, misión en la que fue relevado por D. Juan de Austria el 18-I-1570. Retirado de la guerra en Vélez Blanco, el Rey quiso congraciarse con él nombrándole presidente del Consejo de Indias, en sustitución de su amigo Luis Quijada, fallecido en el sitio de Serón. Ello no impidió el que realizase algunas operaciones militares menores en las villas cercanas a su señorío, aumentando la distancia con el monarca. Su decepción sería aún mayor con los problemas que tuvo en noviembre de 1570 con la expulsión de sus moriscos. Aún cuando logró esconder a muchos de sus vasallos en sus señoríos murcianos, sufriría también nuevas intervenciones regias en la repoblación del estado velezano que se iniciaron en noviembre de 1571. Enfrentado a los distintos oficiales reales del apeo y repartimiento, obstaculizó todo lo que pudo su labor, manteniendo una actitud pasiva en la defensa de los repobladores ante los ataques de los monfíes. El cénit se alcanzaría cuando no hizo nada por impedir el asalto del pirata El Dogalí a su villa de Cuevas (28-XI-1573). Anciano y achacoso, fallecería poco tiempo después.


Dejó cuatro vástagos, dos varones y dos mujeres, y, aunque estaba viudo desde 1533, no volvió a casar más, lo que no impidió que tuviera varios bastardos más. En sus últimos días atisbó la continuidad de su linaje cuando logró casar a sus dos hijos legítimos varones. Al primogénito, viudo desde 1566 y sin descendencia, le concertó su matrimonio en 1570, en plena guerra de los moriscos, cuando coincidió en el cerco de Galera con D. Luis de Requesens. En este encuentro ambos aristócratas acordaron la boda para 1571, de cuyo enlace nacería su nieto Luis Fajardo, años después, IV marqués de los Vélez. Su segundo hijo, Diego Fajardo, casaría con Juana Guevara de Otazo, señora de Ceutí y Monteagudo, cuya descendencia enlazaría con la línea ilegítima, constituyendo un linaje que ostentó el título de marqueses de Espinardo.

EL CAPITAN GENERAL DEL REINO DE MVRCIA PLANTÓ SV CAMPO DE BATALLA EN ESTA PLAZA DE BERJA, DESDE DONDE DIRIGIÓ SV TROPA CONTRA LA OFENSIVA MORISCA DE ABEN HVMEYA
DON LVIS FAJARDO DE LA CVEVA 1509-1574. BATALLA DE BERJA 2 DE JVNIO DE 1569.


Fuente: Dipalme
Fotos: David Téllez

Antonio de Berrio


1527 - 1597 REPOBLADOR DE BERJA FUNDADOR DE SANTO TOME DE GUAYANA VENEZUELA.






Fotos: David Téllez


Iglesia de la Anunciación

 La iglesia, de estilo renacentista comenzó a construirse en 1501, en los terrenos que cedió la Corona y donde estaba situada una antigua mezquita. Era de planta rectangular con una nave central y dos laterales, la fachada tenía dos torres desiguales laterales.

Fue incendiada en la sublevación de los moriscos de 1568 quedando seriamente dañada y reconstruida. En su interior, la capilla mayor estaba separada de la nave central por una reja de forja, en las naves laterales existían buen número de capillas, dedicadas a diversas advocaciones, en ellas tuvieron enterramiento las familias hidalgas y los miembros de las hermandades de la ciudad. A mediados del siglo XVIII la iglesia estaba en tan mal estado que, el cuatro de septiembre de 1763 se hundió la nave. Para la nueva iglesia se amplió el solar con la adquisición de otros, pertenecientes a Pedro Andrés de la Hoya. A cambio se le cedió una capilla dentro de la iglesia.


La nueva iglesia se le encargó a Ventura Rodríguez pero, poco duró ya que en el terremoto de 1804 esta quedó nuevamente destruida. Incluso se perdió el lignum crucis que poseía (como muy bien nos lo cuenta nuestro amigo Alberto Cerezuela en su libro Enigmas y leyendas de Almería). Tardó mucho tiempo en ser construida, tras arruinarse la anterior en el terremoto de 1804. A consecuencia de los temblores se desplomó la iglesia y el culto se trasladó, en un principio, al panteón. Las gestiones para reedificar la iglesia no fructifican hasta 1826, cuando se llega a un acuerdo entre el Estado y el Arzobispado para costear a medias la obra. Las repetidas solicitudes de ayuda del Ayuntamiento y el párroco dieron sus frutos, a cambio, el vecindari se comprometió a costear parte de las obras, que estaban dirigidas por el arquitecto José Contreras. En 1857 estaba totalmente cubierta, sin embargo, la aparición de grietas en los muros y bóvedas dio lugar a la intervención de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, que nombró a Narciso Colomer para reconocer el estado de la obra. Este arquitecto propuso demoler una tercera parte de la nave central con objeto de salvar las laterales. Al año siguiente comenzaron las obras, que estuvieron dirigidas por el arquitecto Tomás Aranguren. De nuevo, en 1879, el maestro de obras Enrique Juan José informa de la presencia de grietas en las bóvedas, arcos y contrafuertes que había utilizado Colomer para reforzar los muros. La solución adoptada fue el atirantamiento transversal de las bóvedas.


La iglesia costó casi dos millones de reales y sesenta y cinco años de obras. Su edificación había supuesto un ingente esfuerzo económico para la población.

(Siglo XIX). Su volumen domina en altura la Plaza de la Constitución y la trama urbana, añadiendo la novedad del diseño neoclásico frente al habitual mudéjar en la arquitectura religiosa alpujarreña. La antigua mezquita fue consagrada como iglesia en 1500, remodelándose totalmente treinta años después. Siguiendo el modelo de la basílica de Ntra. Sra de las Angustias de Granada, se levantó un nuevo y mayor templo a partir de 1763, iglesia tan dañada por el terremoto de 1804 que hubo que derribarla.Pero las obras del nuevo templo se retrasaron hasta 1831, y en 1857 estaba totalmente cubierta. Pero la aparición de grietas en muros y bóvedas obligó a demoler parte de lo construido. En 1879 nuevas grietas obligaron al atirantamiento transversal de la bóveda y el aligeramiento del tejado.

El proyecto ejecutado corresponde a un neoclasicismo muy tardío para el momento, visible claramente en la composición de la fachada, muy similar al proyecto de Juan Antonio Munar para la iglesia de San Pedro de Almería. Presenta un cuerpo central entre torres campanario, esquema de origen medieval revalorizado durante el neoclasicismo más puramente academicista: simetría, preocupación por las proporciones, y resalto del cuerpo central mediante un frontón triangular en la segunda planta sobre un pórtico inferior de columnas.

El interior presenta una planta basilical de tres naves, separadas por grandes columnas toscanas de piedra de la desaparecida cantera de Buenavista, y cubierta mediante bóveda de cañón la central, y vaída las laterales. La cabecera muestra un ábside cubierto con una bóveda de cuarto de esfera.







Perduran algunos retablos, como el San José, en mármol negro de Balsaplata y costeado por la familia Joya. También destacan los gemelos de la Inmaculada y el Sagrado Corazón de Jesús, de Domingo Sánchez Mesa. En el altar mayor encontramos San Tesifón, patrón de la localidad.




Fotos: David Téllez


miércoles, 16 de noviembre de 2022

Pantano de Pisnela

 Entre las obras hidráulicas más características de la segunda mitad del s. XVIII e inicios del XIX destacan los pantanos. 

Se trataba de pequeños muros de contención que captaban las aguas de una fuente natural localizada en una rambla secundaria, de relativo poco poder erosivo, además de los aportes ocasionales. 

El Pantano de Pisnela es una de las antiguas presas de regadío más importantes de la provincia. Mencionado ya a mediados del siglo XIX en el Diccionario de Madoz, cuando estaba en funcionamiento para recoger el agua de unas fuentecillas curso arriba, se trata de un fuerte muro de unos cuatro metros de altura y unos 30 de longitud (más de 40 en todo su desarrollo), provisto de contrafuertes, levantado con fuerte mampostería, que hoy se encuentra socavado en su extremo oriental por el impetuoso curso del barranco de la Cañada de Ramos. 

Se trata de un pequeño pantano de tipo levantino, cuyos mejores ejemplos se encuentran en la rambla de Almacete en Dalías y la presa del Cortijo del Argamasón, en Turre, de incierta cronología, aunque quizá todas del siglo XVIII según se desprende del "pantano" de La Ñeca (El Ejido), obra de la década de 1720 mandada levantar por un miembro de esta importante familia abderitana de origen genovés.










miércoles, 2 de febrero de 2022

Lavaderos de Fluorita de El Segundo

 Cuando visitas el Área recreativa de Castala, si miras hacia de la montaña repoblada de pinos, se ve una gigantesca e inquietante montaña de escombros grisáceos, son los últimos vestigios de la mítica y milenaria Minería de la Sierra de Gádor. Explotado ya por Cartagineses y Romanos (recientemente se ha descubierto en Dalías un gran poblado minero cartaginés), el plomo de la Sierra de Gádor comenzó a ser conocido en el panorama industrial español a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando la Corona reclamó la administración directa de las minas y fundiciones del Reino de Granada. Como ejemplo de esta época nos ha quedado la Real Fábrica de Alcora, en Canjáyar, en un sorprendentemente buen estado de conservación. Sin embargo, es a partir de 1825 cuando tiene lugar la eclosión de la minería alpujarreña, a raíz de la Ley de Minas que acaba con el monopolio y liberaliza el sector. Por doquier se registraron concesiones y se abrieron pozos, disparándose la producción. La irrupción del plomo almeriense literalmente arruinó la minería de Alemania y Francia, si bien la metalurgia inicialmente se limitaba a los artesanales “boliches”, ineficientes energéticamente y esquilmadores de grandes superficies de matorral. 

Las condiciones de la Sierra de Gádor eran idóneas para la minería, además de por la riqueza de metal, por la virtual ausencia de agua subterránea (la mayor enemiga de las explotaciones) y por la dureza de la roca en la que se encaja el mineral, que hace innecesaria la entibación (apuntalamiento de galerías con maderas). Hasta el final de la “edad de oro”, ya en la segunda mitad del XIX, el flujo de capitales generado fue ingente, propiciando el florecimiento de una burguesía local que acabó convirtiéndose en terrateniente. Esa herencia económica enlazará con el siguiente ciclo exportador almeriense, el de la uva, mientras que la herencia tecnológica y social dará el salto al otro extremo de la provincia, la Sierra Almagrera, en Cuevas del Almanzora. Paralelamente, los mineros alpujarreños hubieron de emigrar a la nueva tierra de promisión, llevando con ellos su cultura y costumbres. Durante los años de apogeo el epicentro de la minería alpujarreña fueron las cumbres más altas de la Sierra de Gádor, donde coinciden los términos municipales de Laujar, Fondón, Berja y Dalías, y en especial la universalmente conocida Loma del Sueño, de proverbial riqueza plumbífera. Con el paso de los años el epicentro fue desplazándose hacia el este, llegando hasta Benahadux y Gádor y sus ricas minas de azufre.



Es precisamente en el entorno de Berja donde nos vamos a centrar. Conviene antes señalar las peculiaridades del patrimonio industrial de este distrito minero, que viene condicionado por dos factores: su carácter relativamente pionero y la preponderancia del plomo. Por un lado, al remontarse el apogeo del distrito a los primeros compases del siglo XIX, los restos que han perdurado son más escasos que en otras comarcas que vivieron su esplendor mucho después. Por otro, el mayor valor unitario del mineral de plomo respecto a otros como el hierro no exige la construcción de complejos dispositivos e instalaciones para reducir el coste unitario de su transporte (ferrocarriles, cables aéreos, tolvas, embarcaderos, etc...), quedando así limitada la riqueza y variedad del patrimonio. En consecuencia, lo que nos encontraremos en la parte Occidental de la Sierra de Gádor, más allá de innumerables pozos y escombreras, serán unos pocos restos de antiguas fundiciones. Además, claro está, del soberbio complejo de las minas y Lavadero de Flotación de Fluorita de El Segundo, que representa el último intento de resucitar la antigua minería alpujarreña, entre 1958 y finales de los 70. Podemos iniciar la ruta en Berja, capital de la Alpujarra almeriense, que atesora en su casco urbano numerosas casas señoriales de la burguesía minera. En las afueras, saliendo del pueblo en dirección a Laujar, encontramos la chimenea circular de la fundición “Buenos Aires”, bastante deteriorada. Retrocedemos hacia el centro del pueblo y tomamos la carretera que nos lleva a Castala. Si la minería alpujarreña cedió el testigo a la cuevana en la segunda mitad del siglo XIX, sería una empresa estrechamente vinculada a la mítica minería del plomo y la plata en Cuevas del Almanzora la que insuflaría los últimos ánimos al histórico distrito virgitano, ya en la segunda mitad del siglo XX. La decadencia que siguió a la época dorada de la minería gadorense fue muy prolongada, pero su actividad nunca llegó a paralizarse del todo. A finales del XIX, a la vez que se descubría mineral de azogue (mercurio) en Castala, se llegó incluso a registrar la concesión para un ferrocarril entre la Loma del Sueño y el puerto de Adra. Tampoco quedaría el distrito al margen de la entrada de capitales foráneos. Así, en 1913, se constituyó en Bélgica con 300.000 francos de capital la Societè Austro Belge, para explotar las minas de plomo Reunión de Santa Catalina y otras. Sin embargo, ninguno de los intentos llegaría a cuajar, hasta que en 1955 el Estado encomienda al Instituto Nacional de Industria (I.N.I.), a través de su empresa Minas de Almagrera S.A. (M.A.S.A.) el “beneficio racional de las antiguas escombreras”, una vez que se había puesto de manifiesto la extraordinaria riqueza en fluorita de la ganga. El momento es muy significativo, y coincide con la revitalización de las Minas de Oro de Rodalquilar. M.A.S.A. había sido constituida en 1945 como sociedad mixta, participada por el I.N.I. Con una nueva técnica se pensaba que se podría rentabilizar ahora la explotación de las viejas escombreras. Junto a M.A.S.A., que quedó inicialmente a cargo del plomo, llegó también la empresa mixta M.I.N.E.R.S.A., que se especializaría en la fluorita. En la práctica ambas se repartieron el trabajo y los productos resultantes. El Lavadero de El Segundo no es otra cosa que una “Planta de Medios Densos WENCO”, con la finalidad de aumentar la concentración del mineral, antes de ser transportado a la fundición, esta ya fuera de Almería. A grandes rasgos, el proceso consiste en recibir el mineral en bruto a través de una tolva, triturarlo y separarlo por densidades, centrifugarlo y finalmente someterlo a la acción de fuertes reactivos químicos. Las fantasmales ruínas que contemplamos ahora no corresponden a un tiempo tan lejano como cabría pensar por su lamentable estado. La actividad no cesó definitivamente hasta 1980, pero hasta mediados de los noventa, en que se decidió derribar los edificios y vender como chatarra los elementos metálicos, eran perfectamente distinguibles todas las instalaciones. Tan sólo las balsas y las pequeñas tolvas de su interior se conservan intactas. 






OTRAS BALSAS






Al parecer, existe un proyecto de rehabilitación de las antiguas viviendas. Mientras tanto, sólo los queda admirarnos de la gigantesca montaña de escombros de mineral estéril, generada durante décadas de explotación.


En lo alto del complejo hay una pequeña planicie. Se trata de la rotonda desde donde los camiones vertían el mineral bruto en la tolva.




 El pequeño foso no es otra cosa que la báscula por la que antes debían pasar.

Siguiendo el camino de vuelta de los camiones encontramos las enormes cocheras y talleres. 







Aseos
Antiguo Surtidor
Depósitos de Gasoil

Más arriba hay una elegante chimenea rectangular. Son los últimos restos de una fundición de plomo decimonónica.





Al otro lado del pequeño barranco vemos una extensa área totalmente despojada de vegetación. Probablemente se trate de la primera balsa de almacenamiento de los productos tóxicos generados en el proceso, cuya rotura en los años 60 pudo haber provocado una gran catástrofe ecológica. A raíz del incidente se decidió trasladar su emplazamiento hasta las faldas de la montaña, evitando el tremendo desnivel. Por medio de un canal los lodos bajaban hasta otras balsas habilitadas en Castala. Se solventó un riesgo, pero se asumió otro. La gran riada de 1973 hizo que se desbordara la Rambla Julbina, junto a la que estaban situadas las balsas. En Berja se comenta que todas las fuentes del pueblo (con excepción de la de Alcaudique) están, a raíz de aquello, al límite de lo tolerable en cuanto al contenido de flúor, aunque debe tratarse de una leyenda urbana, pues los lodos no eran ricos en este mineral sino en otros aún más tóxicos, como amixaltato o yoduro sódico, que de haber llegado al agua de consumo humano hubieran causado daños incalculables. Hoy día se levantan invernaderos en los antiguos vertederos de lodos, justo al lado del Parque Periurbano.

También en diferentes puntos del complejo, encontramos varios pozos de gran profundidad, posiblemente respiraderos. 




En la inscripción genérica de 44 bienes inmuebles del Patrimonio Industrial relacionados con la minería de los siglos XIX y XX en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz (Resolución de la Consejería de Cultura de 7 de enero de 2004) se incluyen la Fundición Buenos Aires de Berja (inmueble nº 7), la Fundición de Castala  y la Loma del Sueño (nº 26), pero no el Lavadero de El Segundo ni el Pozo Lupión, a los que el expolio y el abandono conducen inevitablemente a quedar en un estado que impida su adecuada interpretación. Más recientemente, en abril de 2008, el Ayuntamiento de Berja anunció la conversión de los lavaderos de fluorita, de los que en la actualidad es titular, en “área recreativa turística”.

Fuente: Autor, Minas de Almeria-Mario López Martínez 

Fotos de: David Téllez

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