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viernes, 10 de febrero de 2023

Antonio Cano Cervantes

(Garrucha, 1875 - Almería, Sin datos). Poeta.

      De origen humilde, la situación de ceguera de nacimiento le lleva al cultivo de la música y la poesía popular, casi la única orientación y forma de vida para los invidentes en esta época. Pronto destacó como buen instrumentista de guitarra, alcanzando cierta cultura literaria al escuchar la lectura de obras clásicas o de poetas recientes. Ésta sería la base de su sencilla obra poética, compuesta en principio de memoria, y dictada después a las personas de su confianza. Así nació Cantos de mi pueblo, versos transcritos tal y como Cano los dictó. Los presentó en Madrid a Antonio Zozaya, un influyente literato empeñado en poner su pluma siempre al servicio de los humildes, por cuya iniciativa se editó en 1909. El ciego de Garrucha vio así cumplida la ilusión de imprimir sus primeros versos.

     Poco después, en 1912, publicó en Orán el libro Muestras de mi estilo. Allí emigró, posiblemente, por necesidades de su familia. En ese mismo año leyó, también en Orán, un poema titulado Por España, dedicado a las víctimas de la guerra de África. En este punto se pierde el rastro de su vida, desconociéndose dónde y cuándo murió. Cano Cervantes es considerado el primer poeta dialectal de Almería, puesto que en su obra utilizaba el habla almeriense de la comarca del Bajo Almanzora a principios del siglo XX, aplicada a temas sacados con asombroso realismo del ambiente de un área rural de la provincia de Almería.







Fuente: Dipalme
Fotos: David Téllez


jueves, 5 de enero de 2023

Diego Ventaja Milán

Hijo único de familia humilde y de profundas raíces cristianas, a quienes ya desde niño había manifestado su deseo de ser sacerdote. Sus padres, Juan y Palmira, animados por unos parientes, tras vender algunas pertenencias, marcharon a Granada para encontrar trabajo cuando su hijo había cumplido los siete años y tomaron contacto con el Sacromonte, superando una etapa difícil por la escasez y dureza del trabajo. Allí comenzó sus estudios y conoció a Andrés Manjón, fundador de las escuelas del Ave María, quien le ejercerá una notable influencia. De Granada marchó a Roma, continuando su formación filosófica y teológica en el Pontificio Colegio Español y en la Universidad Gregoriana. Recibió el diaconado (VII-1901) y fue ordenado sacerdote al año siguiente por monseñor Merry del Val, en la capilla del Colegio Romano de Altemps. Regresa a España y centra su labor pastoral en el Sacromonte granadino y en el noviciado de San Gregorio de las Hijas de Cristo Rey. Canónigo desde 1917 en la colegiata sacromontana, de la que será secretario al año siguiente, se convirtió en el gran motor de la actividad pastoral y educativa irradiada por la institución granadina en los difíciles años treinta. Nombrado obispo de Almería por Pío XI (1-V-1935) y consagrado en la catedral granadina (29-VI), hizo su entrada solemne en la capital el 16 de julio. 

Comienza en la diócesis almeriense una fecunda labor pastoral, en medio de la zozobra e inseguridad que dominaban la vida social y política. Le sorprende, de visita en Granada (13-VII-1936), el asesinato de Calvo Sotelo y, desoyendo consejos de permanecer en la ciudad de la Alhambra, regresa a Almería, donde comenzará una etapa de enorme sufrimiento voluntario, asumido tras negarse a huir. Una vez consumado el saqueo de la Catedral y la destrucción de gran parte de su patrimonio artístico y documental, fue obligado a abandonar el palacio episcopal y a alojarse en un domicilio particular, del que pasaron al convento de las Adoratrices, convertido en prisión tras expulsar a las religiosas, y del que será trasladado al buque prisión Astoy-Mendi. Su calvario culminará con su asesinato, junto con el también obispo de Guadix, Manuel Medina Olmos, compañero de cautiverio, y varios religiosos más, la madrugada del 29 al 30 de agosto, en el barranco “del Chisme”, en término de Vícar. En el lugar de los fusilamientos, años más tarde, se levantó un pequeño monolito con una cruz para perpetuar su memoria, contando además con estatuas suyas la plaza de la Catedral de Almería y su pueblo natal de Ohanes. El proceso de beatificación se inicia en 1954 por el entonces obispo de Almería Alfonso Ródenas y culminará con su confirmación como nuevo beato por el Papa Juan Pablo II, el 10-X-1993.


"EL BUEN PASTOR DA LA VIDA POR SUS OVEJAS"
BEATO DIEGO VENTAJA MILÁN OBISPO DE ALMERIA
MARTIRIZADO EL 30- VIII - 1936 BLATIFICADO EL 10-X - 1993
RUEGA POR NOSOTROS


Fuente: Dipalme
Fotos: David Téllez


viernes, 30 de diciembre de 2022

Luis Fajardo de la Cueva

Primogénito de la Casa Fajardo, recibió una esmerada y cuidada educación renacentista. En estas enseñanzas jugó un papel importante su progenitor, quien le inculcó el sentido de la política, participando con éste en distintas acciones de dudoso proceder, como la guerra de las Comunidades. Por esta actitud sería desterrado, junto a su padre, del Sureste, si bien, pocos años después, Carlos V le permitiría, de nuevo, volver a la Corte, al igual que asistir a las campañas militares. Así, en 1525, acompañó al Rey en la toma de Túnez, cuyas acciones bélicas le permitirían demostrar sus dotes castrenses. Recuperado y aumentado su honor, realizaría un buen matrimonio en 1526 con la hermana del Gran Capitán, Leonor de Córdoba y Zúñiga, hija de los III condes de Cabra. Dicho enlace, con uno de los linajes más importantes de la España imperial, le abrió de lleno las puertas al mundo de las relaciones (cortesanas, clientelares,...). A partir de esta fecha, su prestigio iría en alza, ya que en 1532 se encontraba en el reducido contingente español que dirigió personalmente el Emperador en la campaña de Hungría, para liberar Viena del asedio a que la sometían los turcos. En esta acción demostró nuevamente sus dotes de mando.

Con el favor regio totalmente recuperado, su padre consiguió comprarle el 18 de marzo de 1535 un título nobiliario con el nombre de una de sus villas señoriales. A partir de aquí, este personaje ostentaría (hasta la fecha de heredar el mayorazgo familiar) el título de I marqués de Molina. Aunque estaba totalmente integrado en la vida cortesana, sus verdaderos gustos eran los de la guerra, campo en el que se desenvolvía con agudeza. Así, en 1541 asistiría, nuevamente con el Emperador, a la conquista de Argel, acción bélica que, si bien no fue exitosa en su conjunto, en el caso personal se la reconocería el propio enemigo. Fueron precisamente turcos y berberiscos quienes se percataron de su agilidad militar, tanto como para tenerlo retratado en los palacios de la ciudad argelina y de la propia Constantinopla.

El fracaso de la toma de Argel y el peligro de ataques berberiscos a las costas peninsulares fue lo que determinó su regreso a su estado del Sureste, tierra a la que volvió el 22-III-1542 con su padre. Residiendo en Vélez Blanco, en 1544 acompañó a su progenitor a Cartagena para hacer frente a un asalto turco, quedando a cargo de fortificar este puerto. Poco tiempo después, en 1548, fallecía su padre, convirtiéndose en el II marqués de los Vélez y en dueño de un enorme estado a caballo entre los reinos de Granada y Murcia. Como señor continuó la política paterna de aumentar la presión contributiva hacia sus vasallos moriscos, mientras que también defendía sus derechos frente a las intervenciones de la justicia realenga. De igual modo, emprendió (1551-1568) una enorme ampliación del labrantío a costa de roturar el amplio monte, expresado en multitud de concesiones y repartimientos de secanos. Su voracidad fue tal que provocó no pocos roces con sus vasallos, quienes interpusieron una denuncia en la Real Chancillería que en 1559 frenó en parte sus abusos.


Además del marquesado, heredó de su padre los títulos de Adelantado Mayor y Capitán General de Murcia, así como otros cargos menores. En uso de su oficio, en 1550 hizo rostro al intento de asalto de la armada francesa a las costas entre Mojácar y Carboneras. Percatado de la precariedad del sistema defensivo en este sector granadino, al año siguiente discutió frontalmente con el Capitán General de Granada por esta razón, asumiendo y aumentando las viejas diferencias que desde principios de siglo enfrentaban a su linaje con la casa Mondéjar. Aquel año de 1551 también sufrió la conjura del corregidor de Cartagena por el mismo motivo defensivo, adoptando una oposición al intervencionismo de la autoridad real en lo que consideraba sus áreas de influencia y competencia en ambos reinos. Su actitud la plasmaría en las demoras que imprimió en 1553 a la ayuda solicitada por el Rey para la defensa de Melilla, fecha que marca su declive en la Corte a favor del alza de la familia Mendoza. En 1555, con motivo del apresamiento que hizo el marqués de una galeota turca en Terreros Blancos, se iniciaría un nuevo pleito con el Capitán General de Granada que terminaría por abrir una enorme herida personal entre ambos militares.

En la década de 1560, conforme se deterioraba la convivencia con los moriscos, el Marqués buscó todos los medios para favorecer a la minoría en su estado. No exento de un interés económico, logró beneficiar a los cristianos nuevos de los repartimientos de tierras de secano a costa de perjudicar a los cristianos viejos, que llegaron a alzarse contra él en Vélez Blanco (1567). El 8-VI-1568, frente a los insistentes rumores de sublevación, firmó con sus moriscos una concordia que le aseguró mantener su estado libre de alteraciones. La confianza en este pacto le garantizó en la Navidad de aquel año (fecha de levantamiento de Las Alpujarras) poder levantar un ejército para entrar en acción, aún cuando se desguarnecía su estado. El 4-I-1569 inició su campaña, provocando la oposición total del marqués de Mondéjar, que se quejó de ingerencia en su jurisdicción militar. Alegando las atribuciones propias de los adelantados murcianos, Fajardo hizo caso omiso a Mendoza, lanzándose, con un cuerpo de casi 5.000 murcianos, a una guerra en la que buscó ganarse el favor del rey Felipe II.

Realizó tres campañas desiguales contra los moriscos. En la primera (enero-marzo, 1569) pacificó el sector oriental del Reino, obteniendo importantes victorias en las batallas de Huécija (13-I), Felix (19-I) y Ohanes (31-I). La dureza de sus intervenciones llegaron a valerle entre los enemigos el sobrenombre de “diablo cabeza de hierro”, marcialidad que también exigió a sus propios hombres. Así, en el campo de Ohanes sufrió un atentado de su tropa, debido a la disciplina que impuso a los soldados y su oposición a los saqueos y robos, con el ánimo de mantener su ejército estable y permanente. Pese a su rigor, en los meses siguientes su hueste se disolvió en Terque, aunque con el tiempo logró recomponerla. En la segunda campaña alteró el éxito final del nuevo alzamiento alpujarreño, al desplazar su campo hasta Berja, logrando una estruendosa victoria sobre el impresionante ejército dirigido por el propio Abén Humeya (2-VI). Esta estrategia, basada en la línea dura de intervencionismo militar, no la compartía D. Juan de Austria, nuevo Capitán General de Granada.

Tras la derrota del rey morisco, Fajardo tuvo que retroceder y acampar en Adra, puerto donde se hizo cargo de los tercios italianos y aguardaría. Durante su espera los alzados recuperaron el territorio, tiempo de inoperatividad que aprovechó la tropa para volver a desobedecerle. Esta situación provocó en el marqués una irascibilidad poco común, sólo resuelta con constantes exigencias al estado mayor de disparatadas solicitudes de aprovisionamiento. Enfrentado de lleno al estado mayor granadino, su oposición al generalato regio llegó a tal extremo que perdió su credibilidad y fama de buen general. Su tercera campaña es buena muestra de ello, pues se inició el 26- VII, y las batallas de Lucainena (30-VII) y otra victoria sobre Abén Humeya en Válor (3-VIII), decidió salirse de La Alpujarra. Acampado en La Calahorra (13-VIII), volvió a enfrentarse con D. Juan de Austria, enemistad que aumentó tras sus nuevas extravagancias de avituallamiento. La inactividad de la tropa volvería a suscitar la vuelta de conatos de rebeldía, sufriendo el marqués un nuevo atentado. Todos estos factores llevaron a que perdiera el favor del Rey y se optase por sustituirle en el mando, no sin hacerlo con cautela. Así, el 1-XII se le ordenó que se desplazara a Galera y la sometiera a un cerco, misión en la que fue relevado por D. Juan de Austria el 18-I-1570. Retirado de la guerra en Vélez Blanco, el Rey quiso congraciarse con él nombrándole presidente del Consejo de Indias, en sustitución de su amigo Luis Quijada, fallecido en el sitio de Serón. Ello no impidió el que realizase algunas operaciones militares menores en las villas cercanas a su señorío, aumentando la distancia con el monarca. Su decepción sería aún mayor con los problemas que tuvo en noviembre de 1570 con la expulsión de sus moriscos. Aún cuando logró esconder a muchos de sus vasallos en sus señoríos murcianos, sufriría también nuevas intervenciones regias en la repoblación del estado velezano que se iniciaron en noviembre de 1571. Enfrentado a los distintos oficiales reales del apeo y repartimiento, obstaculizó todo lo que pudo su labor, manteniendo una actitud pasiva en la defensa de los repobladores ante los ataques de los monfíes. El cénit se alcanzaría cuando no hizo nada por impedir el asalto del pirata El Dogalí a su villa de Cuevas (28-XI-1573). Anciano y achacoso, fallecería poco tiempo después.


Dejó cuatro vástagos, dos varones y dos mujeres, y, aunque estaba viudo desde 1533, no volvió a casar más, lo que no impidió que tuviera varios bastardos más. En sus últimos días atisbó la continuidad de su linaje cuando logró casar a sus dos hijos legítimos varones. Al primogénito, viudo desde 1566 y sin descendencia, le concertó su matrimonio en 1570, en plena guerra de los moriscos, cuando coincidió en el cerco de Galera con D. Luis de Requesens. En este encuentro ambos aristócratas acordaron la boda para 1571, de cuyo enlace nacería su nieto Luis Fajardo, años después, IV marqués de los Vélez. Su segundo hijo, Diego Fajardo, casaría con Juana Guevara de Otazo, señora de Ceutí y Monteagudo, cuya descendencia enlazaría con la línea ilegítima, constituyendo un linaje que ostentó el título de marqueses de Espinardo.

EL CAPITAN GENERAL DEL REINO DE MVRCIA PLANTÓ SV CAMPO DE BATALLA EN ESTA PLAZA DE BERJA, DESDE DONDE DIRIGIÓ SV TROPA CONTRA LA OFENSIVA MORISCA DE ABEN HVMEYA
DON LVIS FAJARDO DE LA CVEVA 1509-1574. BATALLA DE BERJA 2 DE JVNIO DE 1569.


Fuente: Dipalme
Fotos: David Téllez

viernes, 28 de enero de 2022

Celia Viñas Olivella


(Lérida, 1915 - Almería, 1954). Escritora.

Profesora y escritora. Asistió desde muy pequeña a las clases de la Escuela Aneja de la Normal de Magisterio de Lérida, donde su padre, Gabriel Viñas Morant, era profesor de Pedagogía. Cursó el bachillerato en Palma de Mallorca, destacando entre sus profesores el catedrático Gabriel Alomar, quien, a través de sus clases de Historia de la Literatura y Prácticas de Castellano, marcó su afición literaria y «decidió su vocación profesional a los doce años». Estudió en la Universidad Autónoma de Barcelona. Tras todos los avatares de la Guerra Civil, se gradúa en Filosofía y Letras en 1941. Profesores suyos de Lengua y Literatura fueron, entre otros, Manuel de Montolíu, García Blanco, Rubió, Díaz-Plaja y Ángel Valbuena, «mi maestro y amigo». En estos años estuvo abierta a su entorno cultural: espectáculos teatrales, cine, conciertos, exposiciones, coloquios... que van moldeando su personalidad y cuyas inquietudes luego transmitirá a sus alumnos. A pesar de su brillante expediente académico, no le dan cabida en el Instituto de Palma, ya que su padre fue depurado y toda la familia Viñas está marginada por los poderes oficiales. Se marcha a Madrid donde simultaneó su preparación de oposiciones con el trabajo como becaria en el CSIC.

      En marzo de 1943 llegó al, entonces, único Instituto de Almería, la actual Escuela de Artes, tras haber obtenido el número uno por unanimidad en las oposiciones a seis cátedras de Lengua y Literatura de Enseñanza Media, a pesar de las fuertes presiones que recibió el Tribunal para que no las sacase. Y en esta ciudad murió a los 39 años, tras delicada intervención quirúrgica para extirparle una serie de miomas en el útero que le impedían realizar el sueño de su vida: tener un hijo. Se había casado con el almeriense Arturo Medina, catedrático de Escuela Normal, en septiembre de 1953.


      Tomó cariño a la ciudad, al instituto, a sus alumnos... y renunció a la brillante carrera docente que Dámaso Alonso y otros profesores universitarios le ofrecieron. Afirma en una carta a su familia: «Estoy casi decidida, si no es para reunirme con vosotros, no me muevo de aquí. Además, y no es pisto, desde que yo llegué el Instituto se animó: excursiones, certámenes, conversaciones de arte con los alumnos, incremento del préstamo de libros... Tengo medio embrujadas a las niñas, desconcertados a los chicos, embobados a los profesores viejos y algo despistados a los jóvenes que no saben aún realmente cómo han de tomarme». Continúa en esta misma carta: «Aquí, en Almería, no hay conventos de monjas con prestigio, en cuanto a los muchachos, uno solo nos hace la competencia, el Lasalle. Tenemos chicos con alpargatas y señoritos andaluces con brillantes en la corbata. Niños de pescadores y las sobrinas del alcalde. Todo el mundo va al Instituto...».

      Desde el primer momento, entró en el sorprendente mundo de aquellos adolescentes, siempre dispuesta a tomar parte y animar con su presencia todas aquellas actividades que sirviesen de estímulo a sus clases. La influencia de Celia Viñas, como pedagoga y sembradora de ilusiones literarias, fue decisiva en las varias generaciones de niños y jóvenes que tuvo a su cargo en la cátedra. Su vitalidad se desbordaba en sus alumnos, sembrando alegría y entusiasmo. Unidas vocación de madre y maestra, aconseja a su alumna Pepita Carretero: «Tú no te preocupes, siempre podrás volver a nuestros brazos, tan maternos de intenciones, y refugiarte en mi cariño... No, no estés triste. La tristeza puede ser pecado. Hay que sonreír cada mañana, si llueve porque precisamente llueve, si hace sol porque hace sol, en otoño, con sonrisa de otoño y en primavera con sonrisa de mayo...».


   Como buena catalana, injertada en mallorquín, fue una mujer muy avanzada en todos los aspectos, liberal, tolerante, buscadora de cosas nuevas y rebelde ante las injusticias. Parte de la burguesía local la criticó y llegó incluso a denunciarla al Ministerio de Educación, acusándola de pervertir a la juventud porque se iba con sus alumnos de excursión, jugaba con ellos, realizaba lecturas y tertulias literarias y, cuando salían, de noche, de las emisiones de radio, los acompañaba a sus casas. Al pasar por las plazas solitarias, hermosas y llenas de sí mismas, les enseñaba a amarlas, a poner los ojos donde había belleza.

      Le escribe a su alumna Mª Lola Ibáñez: «Soy siempre fiel a mis principios y a mí misma. Creo en la libertad de los humanos y que el amor es la gran verdad de la vida. El amor y el trabajo. Tú lo sabes bien. Olvida todo lo que quieras de mí y de mis clases. No olvides esto». Y fueron sus alumnos los que la defendieron ante la sociedad almeriense, sin olvidar a determinados compañeros del instituto, especialmente al director D. Francisco Saíz, quien sustituyó en 1944 a Florentino de Castro y la nombró Jefe de Estudios, así como el reconocimiento nacional de su obra y su labor educativa.

      En aquellos años de nuestra posguerra realizó una labor cultural y educativa de enorme trascendencia en una Almería seca y árida en inquietudes intelectuales. Celia, vitalista y buscadora de nuevos horizontes, tuvo una importancia significativa en el despertar cultural de aquellos años, especialmente en torno a 1945-50, junto a Jesús de Perceval, Juan Cuadrado, Hipólito Escolar... Dos centros, el Instituto y la Biblioteca Villaespesa, y un movimiento, el Indaliano, fueron los tres grandes focos de la cultura almeriense que, gracias a su impulso, especialmente su conferencia en la apertura de la Exposición de los Indalianos en el Museo Nacional de Arte Moderno de Madrid en junio de 1947, llamaron la atención de prestigiosos intelectuales de la época como Dámaso Alonso, Eugenio d´Ors, Gerardo Diego, Carmen Conde, Mª de Gracia Ifach, Valbuena Prat... rebasando los límites de Almería.

      Fue, por encima de todo, una profesora entregada a su trabajo, con espíritu moderno, avanzada, progresista y adelantada a su tiempo. Escribe a Marta Mata: «Yo trabajo en Almería como un misionero... encontré unas almitas niñas desiertas, secas como esta misma tierra trágica que me preocupa estéticamente, casi místicamente, tierra paria, tierra cruz... y procuro descubrir los rinconcitos donde el alma se esconde y canta su eterna canción verde... Hoy se lee y se escribe en Almería. Los muchachos jóvenes no se avergüenzan de su sensibilidad y las niñas leen menos novelas rosa. ¿Cómo lo consigo? Mi labor no se limita a la cátedra, soy amiga de tantos como puedo, confidente de muchos, bibliotecaria de todos... y yo ya no soy yo cuando llego a Almería...».

      Fue un regalo para nuestra tierra, un grano de trigo sembrado, demasiado prematuramente en el desnudo paisaje almeriense, que aún sigue dando sus frutos. Ella, como una catedrática de nuestros días, enseñó a aquella generación de posguerra a sentir a García Lorca, a penetrar con hondura en Miguel Hernández, a amar a los clásicos, abriendo los ojos de sus alumnos, haciéndoles sentir lo sensible, lo bello, lo sublime... avivando la pasión por la lectura y despertando aficiones literarias (Agustín Gómez Arcos, Barrilado, Tadea Fuentes, José Fernández Revuelta, Gabriel Espinar...).

      Además de su intensa y variada actividad educativa y cultural, también fue creadora. Su vida y su obra están íntimamente unidas. Son una sola cosa. Vivieron inseparables su amor al niño y la proyección de este amor, reflejado en sus textos, así como la contemplación y goce de la naturaleza y su plasmación en los versos, hasta el punto de ser su labor literaria una más de las múltiples actividades que llenaron su corta existencia. No se contenta, como hemos dicho, con inculcar a sus alumnos el amor a la literatura y el gusto por la belleza literaria, sino que les ofrece la realización de ella a través de su obra.

      Al hacer un soneto, al realizar sus presentaciones y conferencias, al dar una clase, al recitar con sus alumnos al aire libre, al salir de excursión, al representar una obra de teatro... se captaba su poder creativo y su sensibilidad, así como el alejamiento de los modelos educativos vigentes en la posguerra. Sabía comunicarse, adelantándose en el magisterio a las teorías pedagógicas actuales, rompiendo moldes en la enseñanza de la lengua y la literatura. En sus clases, a base de comentarios de texto, redacciones sobre los más curiosos temas, frecuentes lecturas dentro y fuera del aula, relaciones de nuestra literatura con la de otros países y con su entorno artístico-musical, cuadros sinópticos y aportación de sus vivencias literarias, se respira un aire moderno. A los viejos métodos de preceptiva literaria opone un nuevo concepto vital de las letras. Pregunta en una carta a su hermana Encarna: «¿Te gusta dar clase? Yo creo que es lo más apasionante del mundo. Más apasionante que escribir una novela o representar una comedia. Yo disfruto más en una clase bien dada, y bien recibida, que no en la creación artística...». Su amor a la enseñanza la llevaba a procurar una auténtica formación integral. De su inquietud pedagógica dan prueba las siguientes palabras en carta a su alumno Gabriel Espinar: “Jamás me interesó sacar de mi labor de cátedra investigadores, catedráticos... Me interesaron las espaldas moralmente grandes y los corazones fuertes. Y una sonrisa de felicidad en los ojos más que en la boca”.

      No obstante, cultivó con dignidad los diversos géneros literarios. En verso, su faceta más destacada, vieron la luz antes de su temprana muerte: Trigo del corazón (1946), Canción tonta en el Sur (1948), Palabras sin voz (1953) y Del foc i la cendra (1953), su única obra publicada en catalán. Y libros póstumos: Como el ciervo corre herido (1955), Canto (1964) y Poesía última (1979). Además, dos selecciones de poemas: Antología lírica (1976) y Oleaje (2004). De su producción en prosa sólo el ensayo, Estampas de la vida de Cervantes (1949), apareció en vida, como un homenaje de la Biblioteca Villaespesa y de sus amigos. Después de su muerte: la pieza teatral, Plaza de la Virgen del Mar (1974), escrita con Tadea Fuentes; la colección de cuentos, El primer botón del mundo y trece cuentos más (1976), que obtuvo el Accésit del Concurso Nacional de Literatura en 1951; las novelas, Viento levante y Tierra del Sur (fragmentos) (1991), y la recopilación de sus artículos en De esto y aquello (1995). Sólo quedan inéditas su novela incompleta, La Peregrinita, y sus innumerables cartas, una joya de enorme interés por la belleza literaria y la descripción pormenorizada y atrevida de la sociedad de aquellos años.

      La personalidad de Celia y su nuevo estilo, como escribí en 1984, constituyen el hilo conductor de su biografía: “Se respira en torno a ella un aire de ilusión, una nueva forma, un nuevo estilo para tratar a los alumnos, a los que asombra con su sonrisa de confianza y anima a tener ideas propias, creativas, originales y a no dejarse arrastrar por el último detalle de moda. Va a provocar un despertar cultural en la ciudad, pero no sólo en clase, sino fuera de ella”.

Fuente: Dipalme


martes, 25 de enero de 2022

Francisco Urrutia Fernández

 Con 16 años ganó el primer premio de canción ligera del programa Ondas de Medianoche en la radio local, al que le siguieron otros en Málaga y Canarias. Además de varios discos en su haber, es autor de seis libros en verso y prosa. Con el pasodoble Cien años de toros logró el concurso convocado con ocasión del centenario coso de la Avda. de Vílches. Ante la pérdida del cantante, músico y poeta el 15 de febrero de 2015, la asociación Amigos Taurinos de Almería instituyó con su nombre el galardón musical “Lance de Oro”, recibido en las dos primeras ediciones por los compositores José Nieto Lardón y Francisco J. González. En esta última ceremonia se hizo un emotivo canto a la amistad, con evocador lirismo villaespesiano:

 Esa alma del sur que siempre llevó a gala se hace muy presente… Y parafraseando el estribillo de su pasodoble Almería de mi Alma: “Si me llegara la hora, estando lejos de aquí, mi corazón, Almería, se volverá gaviota para volar hasta ti”.

        Almería está en deuda con él. Su trabajo en pro de la divulgación de la cultura queda patente en su extenso currículum profesional, pero por encima de todo, Paco Urrutia fue un artista sencillo y generoso, de múltiples facetas; todas ellas cargadas de sensibilidad y entrega. Fue cantante de voz melódica, compositor excepcional, escritor y poeta imparable e incansable. Abanderó el nombre de Almería y amó a nuestra tierra; la sintió, la soñó y así ha quedado reflejado en múltiples y bellas composiciones poéticas…



Guiado de la afición taurina, su relación con los Amigos Taurinos de Almería era extremadamente cordial tras sucesivos encuentros con el ganadero Adolfo Martín, al que le dedicó (letra y música) un pasodoble. Su intuición le llevó a prodigarse en esta faceta con composiciones a toreros y peñas, destacando el dicho primer premio Cien años de toros, compartiendo los derechos con Ruiz de Padilla. Francisco Urrutia Fernández había nacido el 17 de septiembre de 1943 en el barrio del Quemadero, cercano a su tío materno Gerundino Fernández, afamado constructor de guitarras. Su voz fue de las más sobresalientes en la década sesenta-setenta. Grabó en discos y a su vena poética se deben igualmente poemarios y textos en prosa, algunos de ellos editados por la UAL:

   

-        A tu espera o en tu olvido

-        Gotas de rocío

-        Arroyo flamenco y abriendo colores con acento. 

-        Letras flamencas

-        Gerundino Fernández, biografía de un guitarrero

-        Músicos y artistas almerienses.


Sevillano Miralles Antonio


Fuente: Dipalme

jueves, 13 de enero de 2022

Enrique López Rull

(Almería, 1846 - Almería, 1928). Arquitecto.


 Hijo de Pedro y Concepción, nació en una respetada familia de la burguesía decimonónica. Viudo de Dolores Arnés Terriza, falleció (21-VIII- 1928) en su domicilio del Boulevard del Príncipe, nº 61, sin dejar descendencia.

      Acabados sus estudios superiores en Madrid, obtuvo la plaza de arquitecto -vacante tras causar baja José Mª Baldó- en la Diputación Provincial de Almería, desde donde desplegó una intensa actividad hasta el final de sus días. Siendo un venerable anciano de 81 años aún firmaba (1927) el expediente de un inmueble adquirido por Diputación en la calle Navarro Rodrigo, obra de Trinidad Cuartara. E incluso, tal como informaba a su muerte La Crónica Meridional y La Independencia, supervisaba las obras de construcción de la Escuela de Artes y Oficios Aplicados (Instituto Celia Viñas).

      Vocal nato en la primera Junta de Obras del Puerto, constituida en 1878 y presidida por Fernando Roda González. En sociedad con su hermano Guillermo, comandante de Ingenieros del Ejército, adquirió La Constancia, primera fábrica de electricidad que ofreció tal servicio público en la capital (más adelante edificaría la sede de la Compañía; calle de Rueda López esquina a Marqués de Comillas). Igualmente, gestionó la traída del agua potable y su red de distribución -proyectada en 1871- desde las fuentes Redonda y Larga. Con tal motivo, inscribieron sus nombres en el “cucadero” de Alhadra.

      Por ausencia, baja temporal o enfermedad del arquitecto titular del Ayuntamiento, ejerció interinamente responsabilidades municipales. En distintas fechas lo veremos diseñando mobiliario urbano (kiosco de venta de flores) y el basamento pétreo de La Caridad, estatua recordatorio de la trágica riada de septiembre de 1891 que sufrió Almería; o bien dando traza artística al primitivo monumento de Los Coloraos en honor a los mártires de la libertad fusilados en agosto de 1824; pingurucho alzado (1871) en la confluencia de la Puerta de Purchena con el Paseo del Príncipe: coronado por un ángel alado, antecedente de los pinchos solares de Cuartara. En 1881 impulsó el desarrollo urbanístico a levante al derribarse las antiguas murallas. Paralelamente, en esta década, dejó la impronta de su oficio en determinadas capillas funerarias del cementerio de San José o en la del desaparecido Manicomio Provincial, con la Madre de la Caridad sor Policarpa Berbería, auténtica valedora de tan necesaria institución médicoasistencial. Ya en el siglo siguiente acometería la edificación del Matadero Municipal, en el paraje de Gachas Colorás, concluido en 1918.

      En opinión de Emilio Villanueva Muñoz, profesor e historiador del Arte, Cuartara Casinello y López Rull aportarán “las nuevas ideas arquitectónicas difundidas por la Escuela de Arquitectos, barriendo los últimos residuos del Neoclasicismo en crisis desde quince años atrás”; pudiendo apreciarse en la obra de López Rull “cierta pureza clasicista en los elementos ornamentales y gusto por el formato enérgico y rotundo, de considerable resalto, sobre todo en los coronamientos de los vanos, de las fachadas, etc. Con él se extiende el mirador de Almería, tanto como estructura metálica superpuesta al balcón como incluyendo una mayor carga arquitectónica...“.

      Un decreto del Ministerio de Gracia y Justicia (1861) dictó “las reglas que han de observarse en la formalización de expedientes de reparación de templos”, aunque no fue hasta el episcopado de José María Orberá y Carrión (1876-1886) cuando acometiesen el grueso de los proyectos de reparación o nuevo alzado de iglesias y casas parroquiales. Tras la llegada de Orberá -compromiso respetado por sus sucesores Santos Zárate y Martínez Noval-, López Rull se ocuparía de la arquitectura diocesana. De este dilatado periodo hay datadas obras en los templos titulares de Lubrín, Cantoria, Arboleas, Uleila del Campo, Garrucha, Sierro y Turre; y las rectorías de Viator, Castro de Filabres, Arboleas, Laroya, Olula del Río, Huebro y Turre. Además, por encargo del Obispado, restauró casas parroquiales en Huércal de Almería, Pechina, Zurgena, Armuña, Chercos, Lúcar, Urrácal, Alcudia, Tahal, Lucainena, Gádor, Rioja, Cantoria, Bacares, Serón, Líjar, Macael, Partaloa, Purchena, Somontín, Antas, Lubrín, Roquetas, Oria y Níjar.

      Su actividad en la capital fue igualmente intensa en cuanto a edificaciones de nueva planta o transformaciones en las ya existentes. Dado su interés sociohistórico, debemos destacar las siguientes: el Asilo de San José (Hermanitas de los Pobres); la iglesia y convento de las Siervas de María, en el paraje de Belén, junto al primitivo cementerio y cenotafio de Los Coloraos; en 1882 le sumarían el asilo, hogar infantil y taller anexo a la residencia de las monjas; el convento de las Madres Adoratrices (a cargo del constructor Alfonso Pozo); las iglesias de San Roque (Pescadería), San José (Barrio Alto), Sagrada Familia (a expensas económicas de Juan J. Vivas Pérez), San Antonio (anterior a la actual de Ciudad Jardín), PP. Franciscanos y acceso a San Sebastián extramuros; los conventos de María Auxiliadora y el más monumental de todos ellos: la iglesia, colegio y residencia de religiosas de la Compañía de María, en la que incorporó el hierro como novedoso material constructivo.

      Restauró en profundidad -en dos fechas y circunstancias bien distintas- el templo de San Pedro el Viejo (coloquialmente de los Jesuitas o Sagrado Corazón): en la primera, ya desacralizado, instalaron el Teatro Calderón, sala de juicios por jurado y almacén de Tabacalera. Le siguieron las fachadas del convento de los PP. Dominicos e iglesia de la Virgen del Mar (con Cuartara) y el atrio de la puerta de los Perdones de la Catedral. Todo indica, aunque no esté administrativamente documentado, que, en comandita con el arquitecto municipal, Enrique López Rull diseñó a finales del XIX los planos del actual palacio episcopal, con alineación de las calles circundantes y en cuyas obras intervinieron los maestros de albañilería Antonio Pérez y Juan César.

      De entre los espacios públicos dedicados a espectáculos y ocio disponemos del ya citado Teatro Calderón y Teatro Apolo (aunque tampoco hemos encontrado pruebas escritas o gráficas que definitivamente avalen su autoría). Caso que se repite con la simbólica puerta “triunfal” del Ingenio de Montserrat, desaparecida fábrica de azúcar. En cambio, sí está suficientemente contrastado el proyecto y dirección del que, quizás, sea uno de sus logros más inteligentemente resuelto y rotundo: el armonioso conjunto del Círculo Mercantil e Industrial y Teatro Cervantes, inaugurado en 1921. También con Cuartara firmó y dirigió el proyecto de la Plaza de Toros -alzada en el tiempo récord de un año e inaugurada en 1888-, en sustitución de la obsoleta de Belén.

      López Rull simultaneó -práctica habitual y permitida oficialmente- su dedicación al Obispado y Diputación con el ejercicio privado de la arquitectura. Por ello, desde su estudio del Boulevard del Príncipe, atendió encargos de la burguesía dominante de inmuebles confortables y lujosos; o bien de casas destinadas a obreros de las denominadas de “puerta y ventana”: casa-palacete de Emilio Pérez (posterior Casino Cultural y actual Delegación de Gobierno de la Junta de Andalucía); viviendas particulares en las calles de Granada, Paseo de San Luis, Regocijos, Malecón de San Luis, Paseo del Príncipe, Padre Luque (esquina Conde Ofalia), Villaespesa (frente al Teatro Cervantes), Puerta de Purchena (edificio del Río de la Plata) y el sólido edificio de La Peña (comienzo del Paseo y fachadas a Plaza Circular y Rambla García Lorca); barrios de La Misericordia y La Caridad, etc. Arquitecto ilustre y artífice -junto a su coetáneo Cuartara Casinello- de buena parte de las edificaciones notables que aún pueden admirarse en el paisaje urbano almeriense, buena parte de los éxitos profesionales citados están catalogados y protegidos, en diversos grados, por la normativa legal urbanístico/ municipal; o considerados Bien de Interés Cultural dada su calidad artística y belleza ornamental, fuerte carga simbólica y el ser referencia obligada de la arquitectura practicada en Almería a caballo entre los siglos XIX y XX.


Fuente: Dipalme.org


sábado, 25 de diciembre de 2021

Francisco Capulino Pérez " Capuleto"

 


     Nacido el 29 de febrero de 1928, estudió en la Escuela de Bellas Artes. Formó parte de los jóvenes pintores que, siguiendo la llamada de Jesús de Perceval, constituyeron el Movimiento Indaliano. Participó, por tanto, en los principales acontecimientos locales y nacionales del grupo (exposición en el Museo de Arte Moderno de Madrid en 1947 y en el VI Salón de los Once de 1948). En sus primeras obras, con el grupo indaliano, destacan figuras estilizadas, muy pompeyanas, de pinceladas angelicales tanto en los colores como en las formas, recordando a Modigliani o Chirico. Eugenio D´Ors llegó a considerarlo como el pintor indaliano con más proyección de futuro, invitándole a participar varios años seguidos en sus afamadas exposiciones recopilatorias de un año de arte en Madrid (Salón de los Once). En 1950 marcha becado a Roma y, en 1958, buscando nuevos horizontes, viaja a Colombia afincándose en Venezuela, donde vivirá siete años desarrollando trabajos muy heterogéneos. Allí consigue una independencia económica que según él le permitía pintar lo que realmente sentía, aunque esto mismo le impidiera tener una obra artística muy prolífica. Participa en esos años en diversas exposiciones internacionales.

Sillas y mesa 

Cordero

Naturaleza muerta

Mesa de cocina con cardos

      Retorna a Almería en 1965 y regenta como empresario el Hotel Indálico. Sigue pintando de forma esporádica, con poquísimas exposiciones y desarrollando una segunda etapa pictórica con un acentuado cambio formal. La línea pierde contornos y las manchas de colores agresivos son las que, al contrastar entre sí, dan solidez al lienzo. Representa imágenes cotidianas, plasmadas con escasas pero vigorosas pinceladas, ofreciendo un punto de vista descarnado, crudo. Incluso su temática se hace agresiva: corderos degollados, cráneos enfrentados al espectador, animales abiertos en canal, bodegones de luz fría… De gran inteligencia visual, tenía un profundo conocimiento del arte y una gran facilidad pictórica. Su pintura fue evolucionando desde la afectividad hacia la pureza cromática, mediante el despliegue de nuevas técnicas y de nuevas formas. Su legado estético se termina alejando de “lo indaliano” para expresar su propio universo, renunciando a vivir de las exposiciones, que no a pintar.

Etrusco y Loba

Naturaleza muerta sobre periódico

Pájaro muerto



Fuente: Dipalme
Fotos: Estudio53

Jesús Pérez de Perceval del Moral

(Almería, 1915 - Almería, 1985)

 Desde pequeño le interesó la pintura, quizás influenciado por su abuelo Juan del Moral y Almansa. A los 12 años ingresa en la Escuela de Artes y Oficios de Almería, donde pronto comienza a destacar. Uno de los privilegios de su posición acomodada son los continuos viajes a Madrid, donde se impregna de arte, fundamentalmente dibujando en el Casón del Buen Retiro y en el Museo del Prado. En 1934 obtiene la Medalla de Oro, premio de honor del Presidente de la República en la Exposición Provincial, por su obra Los aguilanderos (1933), donde se observa la huella de Solana. En ese año es becado por la Diputación Provincial de Almería y por el Ministerio del Estado Español para ampliar estudios en el extranjero. En esta época Zuloaga, Zabaleta y Aurelio Arteta también forman parte de su bagaje de influencias pictóricas.

En 1936 obtuvo un gran éxito en la exposición nacional de Bellas Artes de Madrid, con la obra Ha muerto un hombre. Al comienzo de la Guerra Civil se ve forzado a trasladarse a Valencia, donde realiza diferentes carteles propagandísticos de la República y, en 1937, se le concede la medalla de oro de la Exposición Universal de París, donde expone varios cuadros de temática antifascista en el pabellón español; destaca la obra La huida de Málaga y Sueño de paz (1937).

Alegría del Mar

Terminada la Guerra, vuelve a Almería, siendo nombrado asesor provincial de artes plásticas, participando activamente con las autoridades políticas y religiosas en la reconstrucción artística de la ciudad, fundamentalmente en la imaginería religiosa de Cristos (destacando El Cristo de la Escucha) y Dolorosas. De estos años cabe destacar algunos excelentes cuadros como La Virgen de las uvas, maternidad de corte rafaelesco en la que se mantiene la luminosidad levantina de sus años pasados; El niño del pez y Muerte de San Sebastián, donde coloca la Alcazaba como elemento del cuadro, y La adúltera (1943).

El Poeta Villaespesa

En sus continuos viajes a Madrid conoce a Eugenio D´Ors y a José Aguiar, quien le introducirá en un procedimiento ancestral de la pintura, la encáustica, una técnica que aprende de aquel maestro en su estudio de Madrid y en la que trabajará profusamente, siendo unas de sus constantes a lo largo de toda su vida. A principios de los años 40 Perceval constituye todo un punto de referencia en el mundillo artístico almeriense y su multidisciplinariedad le permite globalizar todas sus inquietudes en una determinada visión del arte y de la cultura que determina la visión estética de su obra, la cual podemos sintetizar en el siguiente párrafo: “Perceval se enfrenta a los ismos europeos, sobre todo al impresionismo por considerarlo opuesto al espíritu mediterráneo. Propugna la vuelta de la línea como medio de expresión, retornando por tanto a un neoclasicismo inspirado en los frescos pompeyanos y en el renacimiento italiano. Sin embargo, Perceval, con su movimiento autóctono y autodidacta, no pretendía ser continuación del arte mediterráneo, sino un puente entre los ismos del siglo XX y estas civilizaciones. Era una vuelta al humanismo, basado en toda la historia de la pintura para recabar conocimientos y resolver problemas, antes sin solución. Así, estudia el impresionismo como forma estética donde las líneas han desaparecido, supervalorando las formas. Considera el cubismo como la abstracción de la pintura por las líneas y lo adapta a la visión mediterránea. (La Chanca la considera un modelo cubista vivo). Del surrealismo, Perceval toma las premisas básicas para recrearse en alegorías y símbolos...”

Bodegón de la bahía

Su atención no sólo está en el arte, sino que busca la compañía de literatos, arqueólogos, filósofos, historiadores, músicos... y en ese mundo abigarrado de ideas y de tertulias surge una vía de canalización de todas sus inquietudes: el Movimiento Indaliano. Todo se gesta en las reuniones del café La Granja Balear, donde Perceval invita a participar a unos jóvenes pintores de la Escuela de Artes (Capulino, Cañadas, Cantón Checa, Alcaraz y López Díaz) que, de pronto, se ven aceptados en las tertulias de las fuerzas culturales más vivas de la capital. Así va tomando cuerpo el nuevo concepto de arte mediterráneo de Perceval, que toma el nombre de Movimiento Indaliano, y la figura del Indalo pasa a ser el tótem del grupo. Preparan varias exposiciones indalianas que culminan con la exposición del grupo en 1947 en el Museo Nacional de Arte Moderno de Madrid. A esta exposición le siguió el reconocimiento, mediante la participación colectiva en el Sexto Salón de los Once de 1948, que recogía a los 11 mejores pintores que habían expuesto en Madrid durante el año anterior.

Caballo vikingo

A nivel personal, destacar la influencia durante esos años de Vázquez Díaz. En 1950 participa en exposiciones de Munich, París, Internacional del Arte Sacro en Roma, Chile, Bolivia, Argentina, Perú y Cuba. De esta época surgen quizás sus obras más destacadas: La familia del pintor (1950), Autorretrato (1950) y, sobre todo, La degollación de los inocentes, con la que, en 1951, participa en la I Bienal Hispano Americana de Arte, constituyendo la máxima atracción y siendo motivo su temática de una fuerte polémica política.

La degollación de los inocentes

Durante la década de los cincuenta y sesenta realiza murales en Granada y Almería. Ejecución del monumento a San Francisco Javier, en Tokyo. En 1966 realiza na exposición en la sala Santa Catalina, en el Ateneo de Madrid, en la National Landscape Award y en la Real Academia de San Telmo (Málaga). En 1967 se celebra un homenaje a Perceval por su brillante y dilatada labor artística en el Círculo de Bellas Artes de Madrid; obtiene el premio Picasso de la Real Academia de San Telmo (Málaga). Realiza exposiciones en el Museo de los Agustinos de Toulousse y en la embajada de España en Lisboa, así como en diversas ciudades españolas: Valencia, Granada, Alicante, Lérida, Córdoba y Almería. En 1971 obtiene la primera medalla de oro en el Certamen Nacional de Pintura de la Semana Naval de Alborán y son continuas sus exposiciones individuales y colectivas por todo el territorio español. Sus últimas influencias son las de Zabaleta y Dalí, de quien llega a tomar incluso algunas actitudes y poses. La llegada del cine y del turismo en la década de los sesenta acrecienta su imagen polifacética y aparece el interés por la fotografía.

Andaluza

De la pintura en Perceval se puede distinguir una primera etapa que comprende hasta la fundación del Movimiento Indaliano. En su juventud es un pintor figurativo, trágico, de colores oscuros, fondos negros, con alegorías macabras. Su pincelada es concreta, delimitando líneas con un gran juego de luces y sombras. Más tarde, se introduce en el mundo de la luz, el sentido de la claridad mediterránea, dentro de una línea figurativa. Comienza a dar la expresión de su arte con numerosas composiciones, donde predominan las cabezas de mujer de pincelada concreta y acentuadas formas redondas, paisajes de alegorías, retratos y autorretratos donde se pueden apreciar esos tonos oscuros y rostros melancólicos. Es al final de esta época de pintura negra cuando recibe los máximos premios de su juventud. Junto con esta labor pictórica realiza, en esta etapa, algunas obras de imaginería, respondiendo al fervor de los españoles de la postguerra. Hablar detalladamente de la época de los años treinta de Perceval es casi imposible, ya que, entrelazados, aparecen el arqueólogo, filósofo, pintor, escultor, tallista, orfebre e investigador.

Casas

Hay una segunda etapa que comprende los inicios del Movimiento Indaliano y tiene vigencia hasta los años cincuenta. En esta época conoce a Eugenio D’Ors, con quien coincidía en sus postulados estéticos. Éste le apoya en todo momento, considerándolo uno de los grandes hitos de la pintura española. Durante su estancia en Madrid, Perceval se erige en protagonista debido a la calidad de sus cuadros y al apoyo unánime de la crítica. Las obras de Perceval en estos años se basan en la estética indaliana: rostros clásicos con una expresión nueva, con colores vivos y una gran plasticidad. Su técnica de pintar la mayoría de sus cuadros en encáustica (mezcla de materias fundidas con soplete) causa admiración, debido a la gran belleza que imprime a la obra. Las formas las presenta muy delimitadas, mediante líneas límites, con gran detallismo. Así, podemos apreciar cómo en las composiciones donde existen varias figuras humanas las representa con una gran riqueza de colores y delimitación de formas para resaltar todos los volúmenes. Su obra cumbre, donde se pueden conjuntar todos los valores pictóricos de Perceval, realizándola con un gran dominio de composición, delimitación de formas, detallismo, uego de colores y contraste de luz y sombra, es La degollación de los inocentes.

Desde la década de los cincuenta hasta su muerte, en 1985, conocemos al Perceval más comercial, en esta época sus temas son cabezas, paisajes insólitos y escenas simbólicas. Obras más representativas: Hasta que se aniquile (1965), Niño del Pitaco (1967), Maternidad (1967), Mojaquera del cántaro (1970), Amargura (1973), María del Mar (1974), Niña con el aro (1981). En sus rostros podemos apreciar un cambio en su realización. Los primeros tenían unas pinceladas breves y seguras, cargadas de óleo, sin concretizar en las formas; los últimos tienen el rostro de pincelada muy fina y suave, contrastando con el cabello o el pañuelo que los envuelve, y con el fondo de pinceladas más gruesas. Los presenta enmarcados en forma de óvalo. En La Chanca, al igual que en los rostros, se puede apreciar diferencias. Las primeras son de marcada influencia cubista, con líneas límites que resaltaban bastante por dotarlas de distinto color; las Chancas posteriores han perdido ese sentido cubista, no parecen lienzos coloreados, sino lienzos con óleo, con pinceladas breves y reflejando una gran luminosidad. Sus paisajes los presenta de dos tipos: unos irreales, pareciéndonos formas que flotan en el aire, denotando gran dominio del pincel, creando formas que en la realidad son difíciles de expresar; y, junto con este paisaje irreal, también nos presenta el típico en que unos animales pastan en el campo, eso sí, creados a base de manchas de colores que se mezclan, todas ellas cargadas de óleo.


Personaje controvertido, agudo, irónico, verdadero pilar en la cultura almeriense del siglo XX, nos ha dejado su huella en su variadísima obra y en el propio indalo, señas de identidad de Almería.

Fuente: Dipalme

Fotos: Estudio53

domingo, 11 de julio de 2021

Martín Alonso Pérez

 

(Cuevas del Almanzora, 1916 - Huércal Overa, 1995). Compositor y director.


De precoz vocación musical, desde los cuatro años asistía a los ensayos y conciertos de la Banda Municipal de su pueblo natal, escapando del cuidado de sus padres para seguir a ésta. A los siete años, dominaba el solfeo y tocaba el cornetín, además de conocer y dominar otros instrumentos de viento y percusión. Sus primeras composiciones fueron unos pasacalles titulados Martín García y El pequeño estudiantil para una comparsa de carnaval o estudiantina, antes de cumplir los doce años. Su formación musical está marcada por el director de la Banda Municipal de Cuevas, Juan Antonio Martínez Marín, encargándole la dirección de la banda y las clases de solfeo cuando se marchaba a Madrid, a dirigir. También estudió composición y armonía con Enrique Zapetti. Poco después, se estableció en Huércal Overa, abandonando su idea de marchar a Madrid. El Ayuntamiento lo nombra director de la Banda Municipal en 1942 y organizó rondallas para el Frente de Juventudes, coros y una tuna para el recién creado Instituto Laboral. También, aprovechando elementos de la Banda, creo una orquesta que funcionó más de veinte años. En el campo de la enseñanza, dedicó sus esfuerzos hacia la gente joven que se inclinaba por los estudios de guitarra, laúd y bandurria. Además, compaginaba toda esta actividad con las clases de música impartida en los colegios públicos, impulsando conjuntos músico-vocales como “Los Apocalipsis” y “Galaxia”. Entretanto, colaboró con las compañías de aficionados de las cofradías huercalenses, montando para el Paso Negro la zarzuela Gigantes y Cabezudos, con la participación de la Orquesta Sinfónica de Murcia. En colaboración con el médico y poeta Pedro Asensio, en base a un libreto de este último, con música original y tomada, pusieron en escena el espectáculo musical Y va de cuento. Para el Paso Blanco estrenó la zazuela La reina mora, componiendo el pasodoble-marcha ¡Blancos, blancos!. Para el Paso Morado hizo el pasodoble-marcha Banderas moradas y por su amistad con Pedro Asensio, el Himno a Nuestro Padre Jesús Nazareno, con letra de este último. Con motivo de la coronación canónica de la Virgen de Río, estreno su Himno a la Coronación de la Santísima Virgen del Río, con letra de José Jiménez del Castillo. Este músico de gran talla se especializó en la composición de obras para bandas de música y, desde su editorial domiciliada en la calle Arco, de Huércal Overa, publicó buena parte de su producción. Entre muchas otras destacamos sus composiciones: Pinturerías, Alfaro de Algimia, Pedrín Moreno, El Cordobés y su embrujo, Luis Miguel Dominguín. Recibió numerosos homenajes de instituciones y federaciones de bandas.



Fuente: Instituto de Estudios Almerienses


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