martes, 27 de octubre de 2020

Molino de las Juntas

 El lugar donde se ubica el Molino de las Juntas parece ha sido ocupado, al menos, desde el siglo XVI, permaneciendo inalterable su emplazamiento con las necesarias reparaciones y reformas para mantenerlo en uso.

El interés del Acueducto y el cubo del Molino de las Juntas se basa, fundamentalmente, en sus valores sociales y etnológicos (funcionales, morfológicos, tipológicos y simbólicos) como elemento relevante de la cultura del agua almeriense.

Del Molino de las Juntas se conservan elementos importantes como son el acueducto, el cubo y dos de las piedras del molino, siendo representativo de los numerosos molinos hidráulicos harineros de esta comarca. Perdida su significación tradicional, el molino ha adquirido un nuevo valor de identificación local reivindicado por diferentes grupos y vecinos de la comarca.

La permanencia de las técnicas de construcción y el empleo de materiales fácilmente asequibles en la comarca dificultan la dotación del acueducto. No obstante, históricamente está constatada su existencia al menos desde el siglo XVI, y de su permanencia y funcionamiento a lo largo del tiempo tenemos diferentes fuentes escritas y orales.

El Molino de las Juntas está emplazado junto al río Abrucena y al Camino Real, en el Paraje de las Juntas, y correspondía a la tipología de molino hidráulico harinero de cubo y rodezno. De este molino sólo queda en la actualidad el acueducto y el cubo. Forma parte del conjunto hidráulico de las Fuentes del Margen de Abla en el que se incluyen los manantiales de Caces, Morellón, Ofatabla y Once y otros siete molinos harineros.

El acueducto que lleva el agua al cubo del Molino de los Arcos está formado por siete arcos de medio punto y está construido mediante la aproximación de hileras de lajas de pizarra colocadas a sardinel. Tiene unos cincuenta y tres metros de largo y su altura, en la parte más baja, es de unos dos metros y medio y cerca del cubo, en la zona más alta, es de unos cinco metros. Las pilas, de mampostería ordinaria de pizarra y mortero de cal y launa, tienen dos metros de anchura en la parte inferior. El interior del caz, con una sección en U de base plana, tiene un enlucido fino para aumentar su impermeabilidad, al igual que el interior del cubo. La anchura del caz es de 1,40 m en total, 60 cm de la canal y 40 cm en cada uno de los muros de mampostería de la acequia. Este caz en la actualidad es utilizado como acequia de riego y presenta dos aberturas en el mismo, una al principio del acueducto o para (parada) para regar el bancal de parrales y otra abierta al final del cubo que sirve de aliviadero o de salida habitual del agua al estar cegado el cubo.







El cubo, pozo de sección circular y con forma exterior de pirámide escalonada y truncada, está situado al final del caz y desplazado a la izquierda del mismo sobre la sala del molino ya desaparecido. Fue construida con los mismos materiales y técnica que el acueducto y presenta además ladrillos y cantos de río que fueron insertados en diferentes fases de  reforzamiento de la estructura del mismo. Tiene unos cinco metros de altura en su parte exterior y unos 7 metros de caída vertical en el interior. El diámetro de la boca del cubo alcanza un total de 1,60 m de los que unos 90 cm corresponden al diámetro interior en la parte superior de la boca. Esta distancia va disminuyendo conforme se desciende hacia el fondo del cubo con el fin de aumentar la presión del agua que saldría por el saetillo para hacer girar el rodezno.



De la maquinaria del molino de las Juntas sólo se conservan dos de las piedras del molino, una francesa y otra bazeña, colocadas una encima de la otra, y situadas al pie del cubo en el lugar donde estaba el rodezno. La piedra proveniente de la Sierra de Baza es caliza, de color blanquecino, y reforzada con un aro de hierro y frecuentemente era utilizada para moler granos destinados a pienso de los animales domésticos. Las piedras tienen un diámetro de 120 cm y una anchura de 17 cm la de arriba y unos 22 cm la de abajo y no se aprecian las estrías o surcos que permanecen ocultos. Tras mí última visita en Octubre de 2020, de la maquinaría ya no queda nada.


Fuente: Almeríapedia

Fotos: David Téllez

Pinturas Rupestres Abrigo 2 - Comarca del Nacimiento

 Panel con varias figuras esquemáticas, en su mayoría Antropomorfos. Sierra de los Filabres. Almería.














Fotos: Patrimonio Almeriense

Grabados Rupestres Panel G

Diferentes grabados de diversa índole.Sin información por el momento. Sierra de los Filabres. Almería.









Fotos: David Téllez

Pinturas Rupestres Abrigo 1 Comarca del Nacimiento

 Abrigo 2. Encontramos dos figuras esquemáticas de color rojo. Sierra de los Filabres. Almería.






Fotos: Patrimonio Almeriense Pueblo a Pueblo

domingo, 25 de octubre de 2020

Antiguos Lavaderos

 Seguimos con el Patrimonio Inmaterial que ha dejado su huella imborrable a pesar del paso de los tiempos. Las grandes protagonistas de esta publicación, las MUJERES. Para ellas va dedicada esta rememoracion . Me refiero a Los Lavaderos. 

Los antiguos lavaderos, además de un sitio de trabajo, eran puntos de encuentro y de tertulia para las mujeres del lugar. Un universo propio, un espacio heredado, de madres a hijas a lo largo del tiempo. Las mujeres, allí reunidas, cantaban, contaban historias y se ponían al día de los sucesos de la vida cotidiana y, porque no, también provocaban a su vez nuevos acontecimientos en la vida de la comunidad, como ya dijo Saramago “las conversaciones de las mujeres mueven el mundo”.

Las mujeres se reunían a lavar la ropa a la orilla de un río, un arroyo, en las acequias, pozos o en las fuentes, ya que en las casas no había agua corriente. Salían por la mañana y en más de una ocasión pasaban allí casi todo el día. Llegaban andando desde sus casas acarreando sus barreños de ropa sucia. Si lavaban directamente en el río o arroyo solían llevar una tabla llamada losa con adornos y hendiduras que facilitaban el restregado de la ropa, el jabón utilizado era hecho en casa con sosa y grasa, normalmente de cerdo, la que sobraba de la matanza. El jabón elaborado así, artesanalmente, se guardaba en una caja de madera cortado en piezas cuadradas y rectangulares. Muchas veces, después de enjabonar la ropa, la tendían al sol, para que blanquease, la dejaban allí hasta el día siguiente, y entonces se aclaraba y se llevaba a casa.

Los lavaderos solían construirse a las afueras de los pueblos y cerca de arboledas o praderas que servían para tender la ropa y que se orease. Se dividían en dos estanques en uno enjabonaban (solía situarse en la parte mas baja) y en el otro aclaraban, este estaba en un lugar algo más elevado “para que sus aguas no se viesen”. Alrededor de estas pequeñas pozas había un espacio con inclinación y ondulaciones para facilitar el frote de la ropa. En los lavaderos más antiguos, las mujeres lavaban de rodillas, con el tiempo se construyeron de forma que se pudiese lavar de pie, para que fuera mas llevadero. Había mujeres que trabajaban como lavanderas, ya que el lavado a mano era una faena muy dura, especialmente en invierno cuando el agua estaba muy fría.

“Hacer la colada”, esta frase que todavía hoy conservamos en el habla común para referirnos a lavar la ropa, en realidad define una acción más concreta y es la de blanquearla e higienizarla. La labor de colar se hacía en casa, donde a veces había un cuarto solo para hacer la colada, era un trabajo que lo realizaban las mujeres con ayuda de sus hijas, una mujer adulta tenía que estar a cargo del proceso, porque se manipulaba agua muy caliente. Se hacía una vez al mes, o incluso cada dos o tres meses, en verano se hacía más a menudo.

Para hacer la colada se necesitaba un caldero para hervir el agua, un cocio (forma de tinaja grande) hecho de barro, un cernadero era una pieza grande de lienzo y ceniza fina, principalmente de carrasca. Esta ceniza procedía de la leña que se quemaba en los fogones de las casas para calentarlas y cocinar. Era un artículo muy valioso, en los pueblos que no disponían de leña de carrasca iban a comprarla fuera. Por último, para realizar el aclarado se utilizaban losas de madera y gamellas o calderetas.

El proceso era sencillo pero delicado, primero se ponía la ropa a remojo en agua para después meterla formando capas lo más extendida posible en el cocio, sin jabón. El cocio se tapaba con el cernadero bien tensado, y se sujetaba a la parte de arriba con una cuerda o cordón. A continuación se echaba ceniza de carrasca encima del cernadero, una cantidad suficiente para cubrir la superficie del cernadero, como éste era de un tejido muy grueso, no había peligro de que la ceniza se metiera en el cocio y manchara la ropa. Mientra tanto, se había puesto a hervir agua en un caldero grande. Cuando esta hervía, comenzaba el acto de colar, así se vertía encima de la ceniza poco a poco con un cazo mas pequeño. Esta operación había que hacerlo con cuidado para no escaldarse.

El agua se filtraba por la ceniza y el cernadero y pasaba al cocio, empapando las capas de ropa. El agua que se filtraba por la ceniza tenía un efecto de lejía que era el que conseguía limpiar y blanquear las prendas El trabajo se repetía una y otra vez, ya que el agua sobrante se iba escurriendo por un orificio practicado en la parte inferior del cocio, se volvía a recoger a calentar y a verter de nuevo en el cocio. La colada duraba varias horas, en función de la ropa que se tuviera y lo sucia que estuviera, el agua que se reutilizaba se cambiaba si estaba muy sucia. Una vez que se había terminado de colar, las prendas se aclaraban en cualquier sitio al efecto, el río, acequias, pozos o los lavaderos públicos.

Lavaderos de la Chanca
Lavaderos de la Chanca
Lavaderos de Terque
Lavaderos de Mojacar
Lavaderos de Mojacar
Lavaderos de Sorbas.

sábado, 24 de octubre de 2020

Feria del Ganado

 Hoy quiero rememorar una tradición que muchas personas la han vivido  en primera persona  y otras la recordarán como es mi caso  de oidas de abuelos o familiares. Para que nunca caiga en el olvido creo  esta publicación de esas grandes ferias celebradas con entusiasmo por los habitantes de esos pueblos de nuestra querida Almería.  Me refiero, a las Ferias del Ganado.

Las ferias y mercados en general han jugado un significativo papel social, económico y cultural en la sociedad rural tradicional española. Específicamente, las ferias y mercados de ganado constituyeron en su momento el sistema tradicional del comercio pecuario, y todavía mantienen en la actualidad su relevancia social y económica en ciertas zonas geográficas de España.

Normalmente esta feria se celebra en lugares públicos concurridos de los pueblos o ciudades y en días señalados, generalmente una vez al año, aunque en algunos sitios hay dos o tres ferias anuales. Lo general es que se celebre la feria en cualquier rodeo o descampado cercano a la población y lindante con alguna corriente de agua que sirva de abrevadero. En tal lugar suele reinar el desorden y el barullo, más o menos pintoresco, pero origen de graves males, como contagios, sustracciones y engaños de toda índole. La inspección veterinaria se efectúa con grandes dificultades y notoria incomodidad; el ganado pernocta a la intemperie o hacinado en malos y caros locales.

“El comprador observa primero la yunta que desea adquirir. El dueño no se da por advertido del espionaje. El primero, después de apreciar concienzudamente la anatomía de las reses, avanza a mayores estudios: con su vara mide la longitud de cada buey, para ver su igualdad, y la altura de las ancas para apreciar su simetría. El vendedor le deja hacer sin despegar los labios, seguro de la bondad de su ganado. Enseguida el otro palpa las orejas para apreciar su carnosidad, y abre los párpados de la res para examinar el grosor y limpieza del ojo. No deja de ver si las pezuñas son cortas, anchas y tersas, y por último, cogiendo por el hocico al animal, le obliga a abrir la boca para ver los dientes blancos, grandes y apretados. Estas operaciones se repiten una, dos, veinte veces, sin que se agote la paciencia del dueño ni la curiosidad del tratante, ni, lo que es más prodigioso, la mansedumbre del buey objeto de tantos experimentos”. La compraventa de animales domésticos originaba multitud de reclamaciones y litigios, cuya existencia entre los medios ganaderos es proverbial desde los tiempos más remotos. Las ferias de ganado, motivo de buenos negocios, eran también origen de ruinosos pleitos, y el decomiso de una res de abasto es causa de litigios sobre la persona que debe sufrir la pérdida: ganadero, tratante o carnicero. Asimismo, el vendedor tenía que garantizarle al comprador la posesión legal y pacífica de la cosa vendida, y debía responder de sus vicios o defectos ocultos, los denominados “vicios redhibitorios“, tema tratado en distintas hojas divulgadoras publicadas por el Ministerio de Agricultura, como la adjunta publicada en 1955:

“La edad puede falsearse vaciando los dientes y reconstruyendo la negrilla en el animal que ya ha cerrado, o recortando un poco los dientes. Una caballería puede hacerse pasar por de más edad arrancándole los dientes de leche. La administración de arsénico o antimonio días antes de la venta pone a los animales lustrosos y aparentemente gordos y sanos. El pelo puede también ponerse brillante, quemándolo ligeramente y planchándolo después, o bien recortándolo un poco. Un animal viejo o agotado puede tomar apariencia de más joven y de más viveza mediante la insuflación de aire o inyección de parafina blanda en las cuencas orbitarias”.

Son las ferias de año, pues, uno de los acontecimientos ganaderos que más arraigo tienen en nuestros pueblos y su celebración tiene implicaciones comerciales y económicas, al realizarse durante las mismas un elevado número de transacciones que suponen para muchas familias una de las principales fuentes de ingresos, y por otra constituyen, sin duda, uno de los signos de identidad cultural y folclórica más importantes de nuestra tierra”.

Feria de Alhabia
Feria de Vera
Feria de Cuevas de Almanzora
Feria de Gérgal
Feria de Huércal Overa.

viernes, 23 de octubre de 2020

Caso Almería

 El caso Almería fue el nombre que recibió el proceso en el que se juzgó a varios miembros de la Guardia Civil por la tortura y el asesinato de tres jóvenes en Roquetas de Mar, el 10 de mayo de 1981.

Antecedentes


A comienzos de la década de 1980, la democracia española española distaba mucho de estar consolidada. El fallido golpe de estado del 23 de febrero evidenció el descontento existente entre algunos altos mandos militares​ (ruido de sables) respecto a la situación de crisis económica y política que asolaba al país, junto con los numerosos atentados ejecutados por la banda terrorista ETA contra miembros de las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional y la Guardia Civil.

En este sentido, el 7 de mayo de 1981, el grupo terrorista ETA atentó en Madrid contra el teniente general Joaquín de Valenzuela, que en aquel momento era el jefe de la Casa Militar del Rey Juan Carlos I. El ataque se realizó utilizando la llamada «técnica argelina»:​ los dos terroristas seguían en motocicleta al Dodge Dart del Ejército de Tierra en el que viajaba el general. Cuando el vehículo se detuvo en un semáforo, a la altura del número cinco de la calle Conde de Peñalver, la moto se situó a su lado y el acompañante colocó sobre el techo del coche una bolsa que explosionó segundos después mientras ambos terroristas huían.

Como consecuencia de la explosión fallecieron el teniente coronel Guillermo Tevar Seco,​ el suboficial de la Guardia Real Antonio Nogueras García​ y el soldado conductor Manuel Rodríguez Taboada, miembro también de la Guardia Real.​ El general Valenzuela sufrió graves heridas, pero salvó la vida (falleció en 1967​); asimismo resultaron heridos veinte viandantes.

La Detención

En este contexto, el día 8 de mayo de 1981, Juan Mañas Morales, Luis Montero García y Luis Cobo Mier se trasladaban a la localidad almeriense de Pechina, pueblo natal de Juan Mañas, a la celebración de la primera comunión de su hermano Francisco.​ Al pasar por Manzanares el Real sufrieron una avería en su coche y se desplazaron en tren hasta Alcázar de San Juan para dirigirse después a Puertollano, donde alquilaron otro vehículo, un Ford Fiesta de color verde, para poder llegar a su destino.​ Se especula que el dueño de la empresa de alquiler se sintió extrañado por la prisa que tenían los tres viajeros y comunicó sus sospechas a la Guardia Civil por si pudieran ser los terroristas que habían cometido el atentado en Madrid días antes y cuyos retratos robot aparecían en prensa y televisión.

El sábado 9 de mayo llegaron a su destino y al día siguiente se desplazaron a Roquetas de Mar para visitar a otro hermano de Juan Mañas. En esa localidad fueron detenidos a punta de pistola por la Guardia Civil con la intención de trasladarlos a la Comandancia de Almería.​ Al día siguiente aparecieron sus cadáveres, calcinados y con múltiples impactos de bala, dentro del Ford Fiesta, cerca de Gérgal.

La versión oficial de la Guardia Civil indicaba que los detenidos se trasladaban a Madrid dentro de su propio vehículo, conducido por un guardia y vigilados por otro en el asiento del copiloto. Que a la altura del kilómetro 8,350 de la carretera de Gérgal los tres detenidos agredieron al conductor del vehículo, el cual saltó del coche como también hizo el otro guardia. El mando de la comitiva, el teniente coronel Carlos Castillo Quero, que circulaba detrás en otro coche, detuvo la caravana y ordenó disparar al Ford Fiesta que cayó por un terraplén envuelto en llamas sin que ninguno de los once guardias civiles que escoltaban el traslado pudiese hacer nada para sofocarlas.

El Proceso

El juicio por la muerte de los tres jóvenes se inició el 14 de junio de 1982 en la Audiencia Provincial de Almería. El fiscal calificó los hechos como constitutivos de delito de homicidio y pidió en su escrito de conclusiones la pena de 42 años de prisión para el teniente coronel Carlos Castillo Quero y 27 años de prisión para los otros dos acusados.

La sentencia que puso fin al proceso se dictó en julio de 1982.​ Declaró probado que el teniente Castillo y sus hombres torturaron hasta la muerte a los tres detenidos en un cuartel abandonado llamado Casafuerte y que posteriormente, y con el fin de intentar eliminar evidencias, despeñaron su vehículo por un terraplén, le dispararon numerosas veces y le prendieron fuego.

El teniente coronel de la Guardia Civil Carlos Castillo Quero fue condenado a veinticuatro años de prisión mayor como autor de tres delitos de homicidio. El teniente Manuel Gómez Torres y el guardia Manuel Fernández Llamas fueron condenados por los mismos delitos a quince y doce años de prisión respectivamente, con la atenuante de obediencia debida. Al mismo tiempo, la sentencia impuso a los condenados la obligación del pago de una indemnización de cuatro millones de pesetas a las familias de cada una de las víctimas.





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