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sábado, 25 de diciembre de 2021

Jesús Pérez de Perceval del Moral

(Almería, 1915 - Almería, 1985)

 Desde pequeño le interesó la pintura, quizás influenciado por su abuelo Juan del Moral y Almansa. A los 12 años ingresa en la Escuela de Artes y Oficios de Almería, donde pronto comienza a destacar. Uno de los privilegios de su posición acomodada son los continuos viajes a Madrid, donde se impregna de arte, fundamentalmente dibujando en el Casón del Buen Retiro y en el Museo del Prado. En 1934 obtiene la Medalla de Oro, premio de honor del Presidente de la República en la Exposición Provincial, por su obra Los aguilanderos (1933), donde se observa la huella de Solana. En ese año es becado por la Diputación Provincial de Almería y por el Ministerio del Estado Español para ampliar estudios en el extranjero. En esta época Zuloaga, Zabaleta y Aurelio Arteta también forman parte de su bagaje de influencias pictóricas.

En 1936 obtuvo un gran éxito en la exposición nacional de Bellas Artes de Madrid, con la obra Ha muerto un hombre. Al comienzo de la Guerra Civil se ve forzado a trasladarse a Valencia, donde realiza diferentes carteles propagandísticos de la República y, en 1937, se le concede la medalla de oro de la Exposición Universal de París, donde expone varios cuadros de temática antifascista en el pabellón español; destaca la obra La huida de Málaga y Sueño de paz (1937).

Alegría del Mar

Terminada la Guerra, vuelve a Almería, siendo nombrado asesor provincial de artes plásticas, participando activamente con las autoridades políticas y religiosas en la reconstrucción artística de la ciudad, fundamentalmente en la imaginería religiosa de Cristos (destacando El Cristo de la Escucha) y Dolorosas. De estos años cabe destacar algunos excelentes cuadros como La Virgen de las uvas, maternidad de corte rafaelesco en la que se mantiene la luminosidad levantina de sus años pasados; El niño del pez y Muerte de San Sebastián, donde coloca la Alcazaba como elemento del cuadro, y La adúltera (1943).

El Poeta Villaespesa

En sus continuos viajes a Madrid conoce a Eugenio D´Ors y a José Aguiar, quien le introducirá en un procedimiento ancestral de la pintura, la encáustica, una técnica que aprende de aquel maestro en su estudio de Madrid y en la que trabajará profusamente, siendo unas de sus constantes a lo largo de toda su vida. A principios de los años 40 Perceval constituye todo un punto de referencia en el mundillo artístico almeriense y su multidisciplinariedad le permite globalizar todas sus inquietudes en una determinada visión del arte y de la cultura que determina la visión estética de su obra, la cual podemos sintetizar en el siguiente párrafo: “Perceval se enfrenta a los ismos europeos, sobre todo al impresionismo por considerarlo opuesto al espíritu mediterráneo. Propugna la vuelta de la línea como medio de expresión, retornando por tanto a un neoclasicismo inspirado en los frescos pompeyanos y en el renacimiento italiano. Sin embargo, Perceval, con su movimiento autóctono y autodidacta, no pretendía ser continuación del arte mediterráneo, sino un puente entre los ismos del siglo XX y estas civilizaciones. Era una vuelta al humanismo, basado en toda la historia de la pintura para recabar conocimientos y resolver problemas, antes sin solución. Así, estudia el impresionismo como forma estética donde las líneas han desaparecido, supervalorando las formas. Considera el cubismo como la abstracción de la pintura por las líneas y lo adapta a la visión mediterránea. (La Chanca la considera un modelo cubista vivo). Del surrealismo, Perceval toma las premisas básicas para recrearse en alegorías y símbolos...”

Bodegón de la bahía

Su atención no sólo está en el arte, sino que busca la compañía de literatos, arqueólogos, filósofos, historiadores, músicos... y en ese mundo abigarrado de ideas y de tertulias surge una vía de canalización de todas sus inquietudes: el Movimiento Indaliano. Todo se gesta en las reuniones del café La Granja Balear, donde Perceval invita a participar a unos jóvenes pintores de la Escuela de Artes (Capulino, Cañadas, Cantón Checa, Alcaraz y López Díaz) que, de pronto, se ven aceptados en las tertulias de las fuerzas culturales más vivas de la capital. Así va tomando cuerpo el nuevo concepto de arte mediterráneo de Perceval, que toma el nombre de Movimiento Indaliano, y la figura del Indalo pasa a ser el tótem del grupo. Preparan varias exposiciones indalianas que culminan con la exposición del grupo en 1947 en el Museo Nacional de Arte Moderno de Madrid. A esta exposición le siguió el reconocimiento, mediante la participación colectiva en el Sexto Salón de los Once de 1948, que recogía a los 11 mejores pintores que habían expuesto en Madrid durante el año anterior.

Caballo vikingo

A nivel personal, destacar la influencia durante esos años de Vázquez Díaz. En 1950 participa en exposiciones de Munich, París, Internacional del Arte Sacro en Roma, Chile, Bolivia, Argentina, Perú y Cuba. De esta época surgen quizás sus obras más destacadas: La familia del pintor (1950), Autorretrato (1950) y, sobre todo, La degollación de los inocentes, con la que, en 1951, participa en la I Bienal Hispano Americana de Arte, constituyendo la máxima atracción y siendo motivo su temática de una fuerte polémica política.

La degollación de los inocentes

Durante la década de los cincuenta y sesenta realiza murales en Granada y Almería. Ejecución del monumento a San Francisco Javier, en Tokyo. En 1966 realiza na exposición en la sala Santa Catalina, en el Ateneo de Madrid, en la National Landscape Award y en la Real Academia de San Telmo (Málaga). En 1967 se celebra un homenaje a Perceval por su brillante y dilatada labor artística en el Círculo de Bellas Artes de Madrid; obtiene el premio Picasso de la Real Academia de San Telmo (Málaga). Realiza exposiciones en el Museo de los Agustinos de Toulousse y en la embajada de España en Lisboa, así como en diversas ciudades españolas: Valencia, Granada, Alicante, Lérida, Córdoba y Almería. En 1971 obtiene la primera medalla de oro en el Certamen Nacional de Pintura de la Semana Naval de Alborán y son continuas sus exposiciones individuales y colectivas por todo el territorio español. Sus últimas influencias son las de Zabaleta y Dalí, de quien llega a tomar incluso algunas actitudes y poses. La llegada del cine y del turismo en la década de los sesenta acrecienta su imagen polifacética y aparece el interés por la fotografía.

Andaluza

De la pintura en Perceval se puede distinguir una primera etapa que comprende hasta la fundación del Movimiento Indaliano. En su juventud es un pintor figurativo, trágico, de colores oscuros, fondos negros, con alegorías macabras. Su pincelada es concreta, delimitando líneas con un gran juego de luces y sombras. Más tarde, se introduce en el mundo de la luz, el sentido de la claridad mediterránea, dentro de una línea figurativa. Comienza a dar la expresión de su arte con numerosas composiciones, donde predominan las cabezas de mujer de pincelada concreta y acentuadas formas redondas, paisajes de alegorías, retratos y autorretratos donde se pueden apreciar esos tonos oscuros y rostros melancólicos. Es al final de esta época de pintura negra cuando recibe los máximos premios de su juventud. Junto con esta labor pictórica realiza, en esta etapa, algunas obras de imaginería, respondiendo al fervor de los españoles de la postguerra. Hablar detalladamente de la época de los años treinta de Perceval es casi imposible, ya que, entrelazados, aparecen el arqueólogo, filósofo, pintor, escultor, tallista, orfebre e investigador.

Casas

Hay una segunda etapa que comprende los inicios del Movimiento Indaliano y tiene vigencia hasta los años cincuenta. En esta época conoce a Eugenio D’Ors, con quien coincidía en sus postulados estéticos. Éste le apoya en todo momento, considerándolo uno de los grandes hitos de la pintura española. Durante su estancia en Madrid, Perceval se erige en protagonista debido a la calidad de sus cuadros y al apoyo unánime de la crítica. Las obras de Perceval en estos años se basan en la estética indaliana: rostros clásicos con una expresión nueva, con colores vivos y una gran plasticidad. Su técnica de pintar la mayoría de sus cuadros en encáustica (mezcla de materias fundidas con soplete) causa admiración, debido a la gran belleza que imprime a la obra. Las formas las presenta muy delimitadas, mediante líneas límites, con gran detallismo. Así, podemos apreciar cómo en las composiciones donde existen varias figuras humanas las representa con una gran riqueza de colores y delimitación de formas para resaltar todos los volúmenes. Su obra cumbre, donde se pueden conjuntar todos los valores pictóricos de Perceval, realizándola con un gran dominio de composición, delimitación de formas, detallismo, uego de colores y contraste de luz y sombra, es La degollación de los inocentes.

Desde la década de los cincuenta hasta su muerte, en 1985, conocemos al Perceval más comercial, en esta época sus temas son cabezas, paisajes insólitos y escenas simbólicas. Obras más representativas: Hasta que se aniquile (1965), Niño del Pitaco (1967), Maternidad (1967), Mojaquera del cántaro (1970), Amargura (1973), María del Mar (1974), Niña con el aro (1981). En sus rostros podemos apreciar un cambio en su realización. Los primeros tenían unas pinceladas breves y seguras, cargadas de óleo, sin concretizar en las formas; los últimos tienen el rostro de pincelada muy fina y suave, contrastando con el cabello o el pañuelo que los envuelve, y con el fondo de pinceladas más gruesas. Los presenta enmarcados en forma de óvalo. En La Chanca, al igual que en los rostros, se puede apreciar diferencias. Las primeras son de marcada influencia cubista, con líneas límites que resaltaban bastante por dotarlas de distinto color; las Chancas posteriores han perdido ese sentido cubista, no parecen lienzos coloreados, sino lienzos con óleo, con pinceladas breves y reflejando una gran luminosidad. Sus paisajes los presenta de dos tipos: unos irreales, pareciéndonos formas que flotan en el aire, denotando gran dominio del pincel, creando formas que en la realidad son difíciles de expresar; y, junto con este paisaje irreal, también nos presenta el típico en que unos animales pastan en el campo, eso sí, creados a base de manchas de colores que se mezclan, todas ellas cargadas de óleo.


Personaje controvertido, agudo, irónico, verdadero pilar en la cultura almeriense del siglo XX, nos ha dejado su huella en su variadísima obra y en el propio indalo, señas de identidad de Almería.

Fuente: Dipalme

Fotos: Estudio53

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