XIV
ASALTO AL “CERRO DE LA MATANZA”
Durante los días que precedieron a la llegada del ejército cristiano, los moriscos reunidos en Felix habían reforzado las defensas naturales del cerro, improvisando sobre la cima numerosas cercas de piedra a modo de parapetos, sin traba ni mampuesto, de cuya rudimentaria construcción aún pueden distinguirse restos desordenados en el propio lugar.
Confiando en las condiciones casi inexpugnables de este baluarte rocoso, los rebeldes pusieron a resguardo del mismo parte de los ajuares y bastimentos que habían traído consigo, ocultando incluso en las quebradas más accesibles del cerro (los denominados “canjorros” en el argot felisario) algunos de los ganados y caballerías que tenían reunidos. Las personas menos aptas para la lucha estaban prevenidas para buscar refugio entre aquellos riscos y parapetos cuando se avistaran las avanzadas del ejército cristiano; así lo hicieron, para su desgracia, las mujeres y niños tan pronto fueron divisadas las tropas.
Ya se ha dicho que de los tres campos en que se había dividido sin orden la morería, uno sucumbió arrollado por la caballería, en tanto que el segundo se puso a salvo huyendo hacia la sierra. Sólo permanecía aquel tercer grupo indefenso, que buscando seguridad se había protegido en la difícil altura, sin alternativa de escape, lo que se trocó en cepo o trampa para aquellos infelices.
Un escuadrón morisco se hizo fuerte en el sector de La Mesa, al pie del monte, arriesgando decididamente sus vidas para impedir que los cristianos accedieran al cerro, donde permanecían los miembros más débiles de sus familias. Ante la insostenible situación que se producía al pie del monte, numerosas mujeres descendían del mismo, animadas de aquel “varonil coraje” que ensalzan los historiadores, y se sumaban a la lucha de los hombres, provistas de leznas y almaradas, con las que herían por debajo a los caballos “derribando a un tiempo al jinete y a la montura”. La defensa sucumbió finalmente bajo los efectos de la arcabucería, y llegado a este punto, el propio cronista murciano Pérez de Hita, testigo de los hechos, relata con dolorosa reprobación el comportamiento de sus paisanos y compañeros de armas. “El endiablado escuadrón de Lorca -nos dice- parecía subir volando por la cuesta arriba con furia infernal, y mataba o hería cruelmente a todos los que se ponían por delante, que cada uno de los soldados parecía un ardiente rayo”...
Nada impedía ya la ascensión de la soldadesca, salvo la brava acometividad de algunas mujeres que, emboscadas entre las peñas, arrojaban puñados de tierra a los ojos de los cristianos, “atacándolos con tal saña que les hacían perder la vista y la vida juntamente”, como señala Luis del Mármol, el otro historiador contemporáneo.
El avance de la infantería, sin tregua ni cuartel, obligó a la morería a replegarse hacia la extremidad meridional del cerro, donde éste cae en profundo tajo sobre el abismo de Las Majadillas. Cercados en aquel punto, se nos cuenta cómo las “atemorizadas moras al ver aquel estrago y que a nadie se daba cuartel, puestas a la orilla del tajo que miraba al mar, se abrazaban unas con otras y llorando y gritando dolorosamente se derrumbaban abajo”... Otras, de ánimo menos resuelto, hacían cruces con palitos e hincadas de rodillas casi al borde del precipicio suplicaban clemencia al grito de “¡a mí cristiana, señor; a mí cristiana!”. Pero el destino final de aquellas infelices, como el de la restante población que se había acogido al cerro, consistió en verse arrojadas por el tajo, de propio intento o por la fuerza.
¿Cuántos moriscos perecieron en Felix durante aquel asalto del día de San Sebastián de 1569, cuya acción no superó las dos horas? Luis del Mármol indica que pasaban de setecientos, cifra considerada inferior a la real. Por el contrario Pérez de Hita, a quien podríamos conceder mayor crédito por haber vivido aquella jornada, eleva a ocho mil el número de muertos, incurriendo sin duda en exageración, impresionado tal vez por las muchas crueldades que presenció, o bien -como opina un historiador moderno- pudo hacerlo conscientemente para realzar el triunfo de su señor el marqués de los Vélez.
Quizá sea el mismo marqués quien de su propia mano nos dé la cifra más aproximada de bajas. Una interesante historia publicada recientemente por V. Sánchez Ramos con el título de El II Marqués de los Vélez y la guerra contra los moriscos, aporta documentos poco difundidos, entre ellos un informe que el 27 de enero de 1569 envía el marqués al concejo de Huéscar, desde su alojamiento en Felix, dando cuenta de los sucesos de esta villa, después del primer encuentro con los rebeldes en Huécija. Veamos, en su personal estilo, el relato del propio marqués:
“Bien creo que toda esa ciudad holgaríades tanto como en ella dezís del favor que Dios a sido servido hazernos, dándonos vitoria contra los enemigos e porque ya abreys sabido por vía de Vélez la segunda que tuvimos aquí en Felix, que fue muy mayor que la primera, en que murieron más de dos mil e quinientos de los enemigos. Avemos repartido ochocientas almas e pocos menos de captivos, más la mucha cantidad de ganados, vestias y vagajes ...”
Sea cual fuere la suma de bajas, entre las que se contaron los cabecillas rebeldes el Futey y el Tezi, la batalla de Felix resultó un estrago sin precedente, que algún analista como Cabrillana califica de “delirio xenófobo”. De las pérdidas humanas en las filas cristianas apenas se encuentran datos; solamente Mármol señala que se contaron cincuenta heridos en el bando del marqués.
El botín de mujeres y niños reducidos a esclavitud fue la presa más notable de aquella jornada. El general lo repartió con largueza entre sus tropas, amén del lote que destinó a la ciudad como reserva de la Corona y donación para las autoridades de la plaza. Consecuencia de aquella distribución, los moriscos felisarios se vieron sometidos a una serie incesante de ventas, tratos y compromisos, como objeto de simple negocio. De un estudio realizado por Cabrillana sobre documentos protocolarios de la época, entresacamos como referencia curiosa algunas de aquellas transacciones:
En octubre de 1569 Ginés de la Bastida vende en 60 ducados a una morisca de Felix, llamada Lucía, de 20 años; en el mismo año Gil Maldonado, criado del marqués, otorga poder para la venta de cuatro moriscos felisarios (Bernardino, Lucas, Leonor y Cecilia); Alonso Gutiel cambia a una niña de Felix, Cecilia, de 13 años, por un esclavo negro de 18; Diego de Merlos vende a un niño de 10 años, Diego de la Canal, del mismo lugar, en 24 ducados; una alta dignidad de Almería, don Alonso Tamayo, no tiene reparo en venderle al propio regidor de la ciudad en 50 ducados a una joven esclava de 16 años que le había sido adjudicada como obsequio cuando “el asalto de Felix”... Incluso alguna operación se hace de manera conjunta, como el caso entre Antonio Pérez y Pedro García que venden en lote, por 32 ducados, a la esclava felisaria Beatriz con sus dos hijas de 12 y 13 años. Todavía en noviembre de 1570 aparece un contrato firmado por el capitán de nave Antonio Estelosí, por el que éste adquiría en 10 ducados al morisco Alí, de 6 años, también “procedente de la cabalgada de Felix”...
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