Inox era un pueblo español, actualmente desaparecido, que se localizaba al oeste de la localidad almeriense de Níjar, a pocos kilómetros de la cabecera municipal, junto a un cerro que se consideraba inexpugnable. Este peñón había sido fortificado por los moriscos de la comarca y con la ayuda de turcos y berberiscos, aventureros que habían llegado expresamente para ayudarles.
No confundir con el Acero inoxidable, cuyo nombre se suele abreviar como Inox.
La inestabilidad del momento hizo que en el peñón se concentraran moriscos llegados de Tabernas, Huebro, Lucainena de las Torres, Níjar, Turrillas; y de poblaciones del Bajo Andarax, como Gádor, Viator, Pechina, Rioja y Benahadux; e incluso del arrabal de la ciudad y de los lugares de Alhadra y El Alquián.
Todas esas familias habían llevado consigo no sólo sus ganados sino también sus ahorros y sus alhajas, pues los moriscos pretendían emigrar a África con lo más que pudieran, ya que les habían prometido para ello doce bajeles.
La situación de Almería en 1569 era insostenible. La ciudad estaba repleta de moriscos, vecinos unos de la ciudad y otros refugiados de las aldeas cercanas. Eran moriscos pacíficos, pero los cristianos viejos recelaban de ellos, los consideraban espías o conspiradores. Por todo ello el Capitán Francisco de Córdoba, que por aquel entonces era jefe civil y militar de Almería, recibió el auxilio de la flota de Gil de Andrada, compuesta de nueve galeras, alimentos y municiones.
Aquello significó para Almería un escenario totalmente distinto y don Francisco de Córdoba propuso a Gil de Andrada lo que se llamó el negocio de Inox: atacar a los moriscos no era realmente una cruzada sino una ocupación lucrativa, una manera de aumentar su patrimonio, ya que el jefe militar de Almería cobraba la quinta parte de todo lo tomado al enemigo.
El negocio no podía ser más tentador para los cristianos de Almería, que emprendieron la marcha hacia el cerro de Inox el día 29 de enero del mismo año, temprano por la mañana. El deseo de lucro hizo que se enrolara cuánto hombre pudiera empuñar las armas. De todas las clases sociales acudieron animosamente para atacar el fuerte de Inox, tanto que la ciudad de Almería debió de quedar desguarnecida con la salida de casi todos los hombres en edad de tomar las armas.
El uno de febrero se inició la batalla. La orografía daba, en principio, toda la ventaja a los cristianos, que situados bajo las grandes peñas del cerro no eran alcanzados ni por las rocas que arrojaban los moriscos ni por las flechas que disparaban, en cambio los rebelados ofrecían un certero blanco a la arcabucería. Sin embargo, el arrojo de los moriscos era tal que estuvieron a punto de hacer cambiar el rumbo de la batalla, pues muchos cristianos empezaron a huir, y todo se habría perdido si unos capitanes no hubieran sorprendido a los rebeldes por la retaguardia, subiendo por unas rocas que estaban hacia el este del peñón.
Ello decidió la victoria cristiana. Según las crónicas, más de cuatrocientos moriscos murieron en la pelea y fueron hechos prisioneros más de 2700 entre mujeres y niños, y una cantidad enorme de ropa, joyas, oro y plata, ganado, etc., estimados por entonces en más de quinientos mil ducados. Aunque los cronistas hubieran exagerado algo, las cifras son lo suficientemente elevadas como para considerar la victoria cristiana de Inox como un auténtico negocio.
Desde entonces, a esa zona de la conoce como La Matanza en recuerdo a la masacre de aquellos inocentes.
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