Las casas de peones camineros eran pequeñas casas que se construían al lado de las carreteras antiguas. En ellas vivían los trabajadores que se encargaban de cuidarlas: arreglaban baches, limpiaban las cunetas, quitaban piedras del camino y, en invierno, retiraban la nieve.
Estos peones no solo trabajaban en la carretera, vivían en ella. Por eso sus casas estaban aisladas, lejos de los pueblos, justo en el tramo que tenían que vigilar. Allí vivían con sus familias, muchas veces en condiciones humildes, pero siempre atentos a cualquier problema en el camino.
Las casas eran sencillas, sin lujos: muros fuertes, pocas habitaciones y, a veces, un pequeño cobertizo para guardar herramientas. No estaban hechas para durar toda la vida, sino para servir al trabajo y al día a día.
Hoy muchas de esas casas están abandonadas, medio comidas por el tiempo. Otras han tenido más suerte y han sido restauradas, convertidas en viviendas rurales o espacios con otro uso. Aun así, cuando pasas junto a una de ellas, es fácil imaginar la vida dura y tranquila que se llevaba allí, con la carretera como vecina constante.








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