En el año 1890, en las fiestas de la localidad almeriense de Sorbas, un joven llamado Pedro conoció a una hermosa joven llamada María.
Ambos sintieron una fuerte atracción desde la primera vez que se vieron, fue amor a primera vista, así pues pasaron la mayor parte del día hablando, ajenos a la gente que abarrotaban la plaza del pueblo.
Pedro no dejaba de piropear a la muchacha,
— podría estar así toda la vida –, decía.
María halagada, empezó a sentir lo mismo que Pedro.
Cuándo atardeció, los muchachos quedaron en volverse a ver. Pedro le preguntó a María dónde vivía, ella le contestó que su casa se encontraba situada cerca del Barranco de los Lobos, una misteriosa zona, de la que la gente del lugar contaban numerosas historias de sucesos extraños que allí ocurría.
Pedro sintió un poco de miedo, pero para que la chica no se burlara de él, le dijo que no tenía ningún problema en visitarla todos los días después del trabajo.
Los jóvenes empezaron a verse todos los días, cuando Pedro acababa su jornada de trabajo iba al encuentro de María, y se veían en un lugar cerca de la casa de ésta. Pero un día, María dejó de acudir al lugar, Pedro preocupado, no dejaba de preguntarse por el motivo que impedía a María acudir a su cita. Él no dejaba de ir todos los días a la misma hora, pero ella nunca aparecía.
Cierto día, Pedro cansado de esperar, se acercó a la casa de la muchacha para saber lo que estaba pasando. Pedro llegó a la casa, ansioso por saber, pero temeroso por las muchas historias misteriosas que de allí se contaban.
Fue la madre de María quién abrió la puerta.
Pedro le preguntó por ella,
— María está muy enferma, no puedes verla, así que márchate y no vuelvas más– le dijo su madre.
Pedro se marchó más preocupado aún. Dos meses más tarde y al no recibir ninguna noticia en todo este tiempo, el muchacho decidió ir a buscarla, esta vez, tenía decidido ver a María a cualquier precio, pues no conseguía quitarse de la cabeza a la muchacha.
Cuándo Pedro contó su intención de visitarla, sus conocidos le desaconsejaron que fuera, todo el mundo decía que el lugar estaba maldito, y por eso le había ocurrido algo malo a María. Pero todos esos comentarios no hacía más que intrigarlo más e incrementar su preocupación por ella.
Llegada la hora, Pedro fue a la casa de María, al llegar, llamó a la puerta, — ¿Quién anda ahí?– Pedro reconoció la voz de la madre de la muchacha, — Soy Pedro, y no me moveré de aquí hasta que vea a María– dijo con un nudo en la garganta.
— te dije que no volvieras, no puedes verla, está muy enferma–, le dijo.
— No me iré hasta que no la vea, dormiré en la puerta toda la noche si hace falta, y mañana cuando salga el sol, me encontrarás aquí aún– Pedro estaba decidido a verla a cualquier precio.
La madre, al verlo tan decidido le dejó pasar, — acompáñame–, y le condujo hasta la habitación de María.
Al verse, los jóvenes se fundieron en un apasionado y fuerte abrazo, Pedro notó que la joven estaba muy enferma, estaba muy delgada y triste. Al preguntarle por la enfermedad que tenía, la joven le contestó que tenía fiebres muy alta, pero que el médico aún no sabía la causa.
— Oh Pedro, pero con solo verte me siento mucho mejor–, le dijo la joven. Y le prometió ir a visitarla todos los días.
Tras despedirse, el joven se dirigió a su casa a lomos de su mula, en medio de la oscuridad de la noche, alumbrado tan solo por un farol.
A mitad de camino, al llegar al famoso puente de “Los Guapos”, el joven vio a lo lejos algo moverse, cuándo se acercó vio que era un pequeño cachorro, se acercó al animal y lo cogió, colocándole en una de sus alforjas. Pedro continuó con su camino.
Apenas hubo andado 20 pasos cuándo un frió viento apagó su farol, dejándolo en la más absoluta oscuridad. Asustado, empezó a escuchar ruidos que parecían de animales alrededor de él.
Pedro presa del pánico intentó huir a lomos de su temblorosa mula, pero ésta permanecía inmóvil ante las órdenes de su dueño. De pronto, Pedro empezó a oír gruñidos, y al darse la vuelta vio, que el cachorro que acababa de recoger se había convertido en un gigante ser, con cuerpo de hombre y cabeza de lobo, con unos ojos terroríficos de color amarillo, que brillaban como si de luz se tratara en medio de la oscuridad.
Pedro huyó despavorido a lomos de su mula, que esta vez, a causa del miedo echó a correr dirección a su casa.
Al llegar, su madre salió a recibirlo a causa del alboroto para ver qué había sucedido. Se acercó en la oscuridad de la noche y le preguntó el motivo por el cual gritaba.
Pedro le contó lo que había ocurrido,
— pensaba que iba a morir, madre, he visto un hombre lobo–
Al cruzar la puerta de la entrada de su casa, la luz fue iluminando su cara poco a poco…
— ¡madre santísima! Pedro, hijo mio, ¿que te ha ocurrido?– dijo la madre con la voz entrecortada.
Al observarse Pedro en el espejo se quedó inmóvil, no creía lo que estaba viendo, había envejecido, sus cabellos era blancos, y su rostro antes joven ahora estaba surcado de arrugas. Pedro no daba crédito a lo que estaba viendo.
Pedro murió algunos años después, las personas que lo conocieron, contaron que nunca volvió a ser el mismo, María desapareció y nunca se supo nada más de ella. La casa de María, ahora en ruinas, aún se puede vislumbrar a lo lejos.
Fábula o no, aún se sigue contando la extraña historia de Pedro con la misma inseguridad de hace años, los más viejos del lugar, lo recuerdan con tristeza, o creen recordarlo.
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