Es la que suministraba agua a través de una acequia al lavadero público de la Cimbra. Nacía en el Cortijo del Tío Eusebio y vertía sus aguas después de pasar por el lavadero a la balsa del mismo nombre..
Es un lavadero público que forma parte de la vida de muchas generaciones, sobre todo de gergaleñas, que iban a él a lavar la ropa sucia de la familia. Se construyó en 1947, siendo Alcalde de Gérgal D. Javier Urunceta, Registrador de la Propiedad, y su coste fue de 20.000 ptas de la época. Antes de su construcción las mujeres lavaban en la Rambla en piedras colocadas sobre las pozas de los riachuelos que por ella transcurrían. Funcionó hasta mediados de los años setenta en que dejó de utilizarse debido a dos causas principalmente: la primera fue que el agua corriente empezó a llegar a la mayoría de los hogares, la gente puso pilas de lavar en sus casas si no las tenía y para los más pudientes llegaron las primeras lavadoras automáticas; la segunda fue que la acequia de agua que pasaba por el interior de la Cimbra empezó a disminuir su caudal hasta desaparecer poco a poco.
Su nombre viene de uno de los significados de la palabra "cimbra" que es la curva de la superficie interior de un arco o bóveda, pues como podemos apreciar en la fotografía tiene seis arcos de medio punto. Los árabes, grandes ingenieros de la cultura del agua, construyeron estos edificios llamados cimbras para el lavado de la ropa y, es probable, que en este lugar existiese una antigua cimbra árabe antes de la actual. La construcción es típica de nuestro entorno, los muros están realizados en piedra y barro y la techumbre era de maderos. Hace unos pocos años fue restaurada, se techó con vigas de hormigón y se le colocaron rejas para su mejor conservación dado que ya no se usa como lavadero. Por su interior corría una acequia de agua cristalina que era excelente para el lavado de la ropa. Cada pila tenía su entrada de agua de dicha acequia y una salida para el agua ya utilizada en la colada. El agua iba a parar a una balsa llamada con el mismo nombre que está situada por debajo del arco lateral derecho del puente mirado desde La Cimbra. Las mujeres solían enjabonar la ropa y tenderla sobre los juncos y otras hierbas o pinchos, aInterior de La Cimbra esta faena se le llamaba calentar la ropa. Los niños que acompañaban a sus madres jugaban en la Rambla mientras tanto. Este trabajo era muy duro porque se llevaba la ropa sucia desde las casas a La Cimbra en unas canastas de mimbre o de caña que hacían los gitanos del pueblo. La ropa iba más sucia que la que lavamos hoy porque la mayoría de las familias se dedicaban a las faenas del campo y durante muchos años no había todavía detergentes. Los jabones se fabricaban en casa con aceite usado y en los años en los que escaseaba se hacían pastillas con barrilla -planta muy extendida por los ribazos- que fue cultivada en otros tiempos para su comercialización. Algunas mujeres lavaban también por encargo de los "señoricos" para ganarse la vida. Los primeros detergentes llegaron en los años 60. Recordamos marcas como Tu-tú que regalaba vasos con lunares de colores y se vendía suelto (a granel), en bolsas y en cajas, Persil que tenía un anuncio en televisión con música de la Marcha Nupcial que decía “lave su ropa con Persil”, Omo, Ese, Colón, Bilore... Se utilizaba también el jabón “Lagarto” para lavar prendas a mano y a máquina, y para las prendas finas teníamos Norit. El jabón que se gastaba era de fabricación casera. Se compraba un kilo de sosa cáustica, se echaba en un lebrillo con 3 litros de agua y se dejaba 2 ó 3 horas, moviéndola de vez en cuando y hacia el mismo lado. Después se añadían 6 litros de aceite -usado y turbio del fondo de los depósitos- y 3 litros de agua. La mezcla se movía por lo menos una hora sin parar, hasta que cuajaba, y no se podía cambiar de vuelta -sentido al girar-, porque decían que se cortaba. Cuando había cuajado se dejaba reposar, unas 12 horas, hasta que se ponía dura la mezcla, sin dejarla secar mucho, pues si no, costaba mucho cortarlo en trozos, los cuales se ponían de canto en una tabla para que se secaran y se pusieran duros con objeto de que duraran más al lavar. Nuestro querido paisano Juan Antonio de Soria Contreras, cronista de Gérgal, en uno de sus dos libros publicados, "Viaje y Visita a Gérgal", con el rico y exquisito lenguaje que le caracteriza, nos describe la faena del lavado de la ropa en La Cimbra así: "Muchas mujeres y mozas del pueblo encallecieron sus manos y encalaron sus cabellos en el constante manoteo de golpes y testarazos que sobre la fuerte, dura y callada piedra manipulan, convirtiendo la sucia y negrecida ropa en un enjabelgado color nieve". Nos cuenta también que allí "había dialéctica para todos los gustos y tiempo para cascar y rajar ..." y más adelante dice que "Las comidillas eran de tal moraleja, que cuando se fraguaba este conventículo por doquier y se murmuraba de alguna persona o cosa, solía decirse: Esto es peor que la Cimbra"..
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