Unos exploradores estaban excavando en la Sima de las Palomas (una cueva de Adra), cuando se encontraron con la gigantesca cabeza de un batracio de ojos rojos, que reposaba bajo tierra. Describe la leyenda que el animal tenía una gran cresta que iba desde su lomo hasta su cola, y que los dientes que contenían su boca eran tremendos. Los exploradores se asustaron tanto que tropezaron y despertaron a la bestia, que emitió un sonido más parecido al del mismísimo infierno, levantándose y corriendo tras los sorprendidos exploradores, que tuvieron que “salir por patas” del lugar.
Miguel Hernández, que así se llamaba uno de estos jóvenes, contó su vivencia en el pueblo, despertando la curiosidad del juez, que decidió inspeccionar el lugar acompañado de su ayudante, de un cabo de la guardia civil, y del propio Marqués de la Vega, todos ellos armados hasta los dientes. Lo que encontraron los horrorizó. Eran restos de huesos humanos, con cráneos desencajados y triturados. También había una escopeta antigua y diversos utensilios de cacería. En ese momento, un escalofrío recorrió la piel de los allí presentes. El dragón estaba situado tras ellos y los miraba con sus enrojecidos ojos. Ante su descomunal bramido, el juez disparó su escopeta e hirió al ser en un ojo, haciendo que el animal se retirase lentamente al interior de su guarida. Los valientes hombres de Adra aprovecharon el desconcierto para salir de la cueva, no sin antes escuchar los terribles lamentos de lo que parecían ser varias bestias. Desde ese día, nadie se ha atrevido a acercarse al lugar.
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