viernes, 8 de enero de 2021

José María Rubio Peralta

 José María Rubio Peralta ,  (Dalías, 1846 - Aranjuez, Madrid, 1924). Eclesiástico. 

  Religioso y santo. Fue el mayor de 13 hermanos, hijos del matrimonio de Francisco Rubio Maldonado y Mercedes Peralta y Góngora, pertenecientes ambos a familias arraigadas en la localidad. De su vida en Dalías destacó por lo estudioso que era y su afición a la Oración.

      En 1875, tras aprobar el examen de ingreso en Berja, se matriculó en el Instituto; un año más tarde decidió, a sugerencia de un tío suyo que era canónigo, ingresar en el Seminario de Almería, donde estudió un año de Humanidades y otro de Filosofía, destacando por su buen humor. A la muerte de su tío (1879) se trasladó a Granada para continuar los estudios eclesiásticos. En esta ciudad le apadrinó y protegió su profesor, el canónigo Joaquín Torres Asensio, del que dependerá 21 años, hasta la muerte de éste. Al trasladarse Joaquín a Madrid, José María marchó con él y en el Seminario diocesano de Madrid terminó sus estudios, ordenándose sacerdote el 24-IX-1887. Un mes más tarde cantó su primera misa en la colegiata de San Isidro y lo hizo en el altar en el que San Luis Gonzaga sintió su vocación a la Compañía de Jesús. De inmediato se le nombró coadjutor de la parroquia de Chinchón durante nueve meses, donde comenzó su trabajo con los más pobres y necesitados, a la vez que empezó a tener fama de santo. De Chinchón pasó a Estremera, cerca de Guadalajara, como párroco, y continuó adquiriendo gran fama como hombre bueno, que se caracteriza por una vida de intensa oración y ayuda a pobres y enfermos, dando cuanto tenía a los demás. Antes de que amaneciera, corría el joven sacerdote a la iglesia parroquial para orar y dedicaba largas horas a la catequesis. Débil de carácter y muy generoso, apenas se preocupaba de los asuntos económicos. Se dejó convencer por su protector, en contra de su voluntad, para presentarse a oposiciones de canónigo de Madrid y suspendió, pero se quedó en la capital de España como profesor de latín del Seminario. En 1897 obtuvo el grado de doctor en Derecho Canónico en Toledo, grado que se guardó en el bolsillo sin mostrarlo nunca a nadie, sino para el ejercicio de su oficio de notario en la Vicaría de Madrid. En esta época confió en secreto a sus amigos su deseo de ser jesuita, que no pudo realizar por deferencia a Joaquín. Cayó enfermo, lo que le obligó a dejar la docencia y fue destinado como capellán de las religiosas Bernardas, en la iglesia del Sacramento, hoy sede de la Vicaría Castrense. Comenzó a trabajar con los más pobres en los barrios populares de Madrid, con obreras, impartiendo catequesis y enseñando oración, colaborando con las religiosas reparadoras e, incluso, buscó trabajo a los traperos.

      En 1906 murió su protector, Joaquín Torres, y, tras su muerte, se sintió libre para realizar su sueño de ingresar en la Compañía de Jesús, incorporándose al noviciado de Granada. No se había hecho jesuita antes por respeto a su protector, que se oponía. Concluido el noviciado, estudió durante un año Teología y tuvo una experiencia pastoral en Sevilla. Tras la tercera probación en Manresa, sus superiores le destinaron a Madrid, a la Casa Profesal, donde pasará el resto de su vida. Su extraordinaria actividad apostólica, desde la residencia de la calle de la Flor, le hizo enseguida ser buscado y admirado por todo el mundo, a pesar de su sencillez, su aire un poco retraído y de carecer de las cualidades humanas de sus brillantes compañeros, que no acertaban a explicarse el éxito de José María Rubio. Humanamente hablando, su elocuencia era un desastre, pero sus sermones cautivaban a la gente. Sus actividades se multiplicaban: Guardia de Honor, Apostolado de la Oración, Marías de los Sagrarios, escuelas, misiones, confesionario, consultas, monasterios, predicación, publicaciones y mil actividades. Su lugar preferido de apostolado serían las calles y suburbios de Madrid; sus predilectos, los más pobres; y su método, contar también con la eficacia humana. Incorporado definitivamente a la Compañía con sus últimos votos (2-II-1917), no obtuvo el grado de profeso de cuatro votos de los jesuitas, sino el de coadjutor espiritual. No hizo valer que era doctor en Derecho Canónico, ni habló nunca de esta humillación, debido a que no había hecho el examen ad gradum que exigía la orden para pertenecer al grupo selecto de los profesos de cuatro votos.

      Siendo él encargado de la dirección de la Guardia de Honor, cuyo fin era propagar el culto y devoción al Sagrado Corazón de Jesús, disfrutó de su máximo logro: que en mayo de 1919 el rey Alfonso XII consagrara el Sagrado Corazón en el cerro de los Ángeles. Toda su vida se basó en este sencillo lema: “Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace”. El confesionario y el púlpito fueron los pivotes sobre los que giró todo su trabajo apostólico. Adquirió gran fama como predicador y aún más como confesor, teniendo una grandísima aceptación entre los fieles que formaban largas colas ante su confesionario. Su oratoria era sencilla y natural, limpia y digna, pero siempre impregnada de fervores que trasmitía a sus oyentes. Por su incansable y duro bregar en las tareas apostólicas mereció el sobrenombre de Apóstol de Madrid, como lo calificó el obispo Leopoldo Eijo Garay y con el que popularmente se le conocía. Era una persona sencilla y profunda al mismo tiempo, de temperamento retraído, serio y hasta tímido. En 1904 peregrinó a Tierra Santa, un viaje de profunda emoción religiosa.

      En la capital de España su fama de hombre santo que gozaba de dones místicos no dejó de crecer, pero su principal labor siguió ejerciéndola en los barrios más pobres, principalmente en la Ventilla, donde los movimientos revolucionarios encendían ya a la clase obrera. Fundó escuelas, predicó la palabra de Dios y formó cristianos comprometidos con los más necesitados. Fue consejero de Luz Casanova, fundadora de las Apostólicas de Jesús. Esta profusa vida y sus labores terminarían por deteriorar su salud, agotándolo físicamente. A finales de abril de 1929 fue trasladado enfermo al noviciado de Aranjuez, muriendo el 2 de mayo.

      Tras la muerte, en 1944, se le atribuye oficialmente el primer milagro. En 1953 su cuerpo es trasladado desde el cementerio de Aranjuez a Madrid, a la iglesia de los jesuitas de la calle Serrano. En 1945 se inició el proceso que a la postre llevaría a su santificación. Por decreto (12-I-1984) de Juan Pablo II, en reconocimiento a la heroicidad de sus virtudes, le declaró Venerable y, el 6-X-1985, le proclamó Beato. Finalmente, en mayo de 2003, el Papa lo santificó en Madrid, siendo el primer santo de Almería. Con motivo de la canonización, la Diputación de Almería le concedió, a título póstumo, la medalla de oro de la provincia. En su pueblo natal, Dalías, la alcaldesa le ofrecía la medalla de oro y brillantes de la localidad y le otorgaba el título de Daliense Universal en 1985.

      Es digno de destacar la devoción que existe por San José María, en Dalías, fruto de la cual ha surgido la Venerable Hermandad Sacramental del Padre Rubio, cuyo objetivo primero y principal es la difusión de su vida y obra. En la iglesia parroquial de la localidad existe una capilla dedicada al santo y un oratorio en su casa natal.






Fuente: Dipalme.Org

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