El actual Paisaje Cultural que se presenta en gran parte de la Sierra de Filabres es el reflejo de un largo proceso histórico, que ha conservado claramente las huellas de sus orígenes medievales (andalusíes) tanto en su agricultura, como en su arquitectura y formas de asentarse en el territorio. Este paisaje, en la actualidad, se ha conservado en muchos municipios de esta sierra y alrededores aún en la actualidad, de un buen número de construcciones que emplean la pizarra tanto en las cubiertas de viviendas, como en las de cortijos o corrales tradicionales, haciendo de las mismas un elemento claramente diferenciador de este paisaje. Este paisaje está formado por elementos que, aún en la actualidad y aunque hayan evolucionado, tienen la capacidad de revelar una auténtica cultura del territorio, basada en asentamientos de montaña, en un medio fuertemente condicionado tanto por su clima como por su relieve, que limitan la agricultura. El saber transmitido por sus habitantes a lo largo de la historia, ha permitido “adecuar” su territorio para el aprovechamiento de los recursos, por medio de: El aterrazamiento de sus laderas, la búsqueda y conducción del agua, El emplazamiento de cortijadas y cortijos en lugares relacionados estrechamente con la agricultura ligada al agua. Los corrales y la ubicación de los palomares, son otra evidencia más del esfuerzo por aprovechar medios para la compleja y dificultosa colonización de esta sierra, en la que, incluso para transitarla, se construían caminos o veredas en zigzag escalonando el terreno para facilitar el paso de personas y animales de carga, Incluso la vegetación cultivada, tan importantes para la alimentación animal, los pastos y el esparto, son una muestra más de toda una concepción de la interrelación entre el hombre y el medio para el aprovechamiento que del mismo.
A esta auténtica arquitectura del territorio hay que unir los valores propiamente estéticos de la geografía de esta sierra: Crestones cuarcíticos y afloramientos de pizarras dominando las cumbres, en muchos casos próximos a las oblaciones, como escenario visual de la cabecera de los barrancos. Perspectivas más abiertas a través de las vegas, fuertes contrastes entre periodos secos y lluviosos en los que tanto el reverdecer de las vegas como el inmediato aprovechamiento del agua, a partir de su discurrir por balsas, acequias y bancales hace más comprensible este paisaje. La técnica constructiva: los muros de carga eran de algo menos de un metro de ancho, y con espacios entre muros de carga algo menores de cuatro metros. Los muros normalmente asientan sobre la roca, a la que se llega sin ahondar casi nada en el terreno. Los forjados y las cubiertas se construían con rollizos de madera de muro a muro, una capa de cañizo (incluso a veces sin él) y, a continuación, directamente el alero de pizarra colocado de manera tradicional. Para la construcción de dinteles igualmente se servían de rollizos de madera que permiten la apertura de huecos para puertas y ventanas. La característica constructiva más peculiar de la Sierra de Filabres es, sin duda, el uso de lajas de pizarra en las cubiertas, conocidas aquí como aleros. Se utilizaban varias técnicas: una de ellas es la colocación, directamente sobre las vigas de madera, de las lajas de pizarra; otra, la que coloca cañizo y sobre éste, barro para, posteriormente, dar asiento a las lajas de pizarra. Hay cubiertas de una o dos vertientes. No obstante, la solución más habitual es la de una vertiente, ya que cuando aparecen más faldones en un mismo edificio, en realidad se trata de una construcción adosada. La colocación de las losas en las cubiertas es compleja, y por ello ha dependido de un gran conocimiento y buen oficio por parte de albañiles especializados en esta técnica, hoy ya jubilados. Los aleros se colocaban formando faldones con dos caídas o corrientes. Una de ellas, al igual que en el resto de cubiertas inclinadas, es la que proviene desde la parte superior del faldón hasta la parte inferior. La otra, que inclina el faldón hacia uno de los laterales, vierte desde una de las esquinas superiores del propio faldón, en diagonal, hacia el lado opuesto inferior, La finalidad era conseguir que el solapamiento de las lajas fuese el más adecuado e impedir así la entrada del agua. Todo ello, hacía del proceso constructivo un trabajo complejo donde la experiencia y pericia del albañil garantizaba la efectividad de dicha solución. Según descripciones de Gil Albarracín (1992), la inclinación en las pendientes por ejemplo es del 20% en Olula de Castro y 25% en Senés. En las viviendas, sobre estas cubiertas se ubicaban chimeneas cuadradas o cilíndricas, caracterizadas por su robustez. Los aleros, o bordes de la cubierta que sobresalen sobre la fachada, merecen mención, puesto que se construyen con el mismo material, aunque con lajas más finas, precisando de una colocación que posibilite un remate con líneas rectas, paralelas a la fachada. En las fachadas se abrían pocos huecos para puertas y ventanas, como adaptación al clima. Los muros exteriormente no se enlucían, ni se encalaban hasta entrado el siglo XX. A lo sumo se pintaban los cercos de yeso de las puertas y ventanas, las llamadas brencas.
Las Eras: Espacios para la trilla de cereales y leguminosas, aparecen ligadas a otros elementos arquitectónicos tales como los cortijos, zonas de bancales o en las proximidades de los núcleos urbanos. Son construcciones que adecuan el terreno, realizando un desmonte para aplanarlo, al igual que las terrazas de cultivo, con un balate o muro de refuerzo, de forma redonda. El “ruedo” está solado con grandes lajas de pizarra, en disposición radial, denominándose el espacio entre los radios “cuadros” o “paños”. La parte superior del ruedo suele disponer de otro murete de refuerzo del terreno inmediato que se sitúa por encima.
Los Corrales: Se trata de otro tipo de construcción tradicional ligado directamente al ámbito ganadero. Es una de las construcciones más representativa de la arquitectura de la Sierra de Filabres. Suele aparecer relacionada con cortijos o cortijadas, o aislada y, ocasionalmente, en el interior de los pueblos, vinculadas a viviendas. Consiste básicamente en una construcción de planta rectangular cubierta con alero de pizarra, popularmente llamada “tiná” (tinada), y un murete perimetral que configura un patio descubierto. La “tiná” es la zona de cobijo del ganado, además de zona de comida y bebederos principalmente. La zona abierta será la zona de esparcimiento del ganado. Todo el volumen está construido con murete de lajas de pizarra y cubierta tradicional de alero, y se sitúa siempre en un terreno con pendiente, en la dirección de evacuación del agua, ya que el muro de la cota más baja cuenta con unos orificios lo suficientemente grandes como para permitir la salida de todos los restos arrastrados por el agua de lluvia, facilitando así su limpieza. Suelen ser de un solo patio y “tiná”, aunque en ocasiones aparecen divididos por un murete central que da lugar a dos corrales independientes, adosados en una de sus caras.
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